Descarga: “El infierno es la ausencia de Dios” de Ted Chiang [Música: The Gutter Twins]

Poco después de haber terminado el primer encuentro Fractal (2009), hicimos una Descarga con “El Infierno es la Ausencia de Dios”, uno de nuestros cuentos favoritos del escritor Ted Chiang.

Si en algún momento hiciéramos una Descarga-Laboratorio y conectáramos electrodos en el cuero cabelludo a cada asistente para analizar su actividad eléctrica, seguramente comprobaríamos que “El infierno es la ausencia de Dios” produce cambios vertiginosos e inusuales en las ondas cerebrales de quien lo lee (o escucha). Este cuento, ganador de los premios Hugo, Nebula y Locus, está incluido en el libro Feeling Very Strange: the Slipstream Anthology, editado por los escritores James Patrick Kelly y John Kessel, a quienes días antes habíamos traído a Medellín para Fractal’09.

En alguna de las conversaciones con ellos surgió el tema de Ted Chiang, específicamente del cuento “El infierno es la ausencia de Dios”. Le dijimos a John Kessel que nos gustaría leer esa historia en Descarga, y él dijo que probablemente a Ted Chiang también le gustaría. Nos puso en contacto.

Esto fue lo que John Kessel escribió sobre “El infierno es la ausencia de Dios” para Descarga:

Creo que la brillantez de “El infierno es la ausencia de Dios” de Ted Chiang viene de su presentación detallada y completamente racional de una visión cristiana del universo, y la despiadada búsqueda de las implicaciones de esa visión.
En esta historia no hay duda sobre la existencia de Dios, del Cielo, del Infierno, de los ángeles, y de los milagros. Todos son literal y físicamente verdaderos, verificables por la ciencia y las mediciones. Pero el hecho de su existencia no hace que los motivos y propósitos de Dios sean menos inescrutables. Dios recompensa y castiga arbitrariamente. Si hay un plan, ese plan no puede ser entendido por los mortales. Debemos tener fe.
Pero para Neil, y creo que para Chiang, el Dios que se revela es injustamente cruel. Parece estar diciendo, ¡Mira! Esto es lo que hace Dios todos los días. ¿Puedes aceptarlo? “Dios no es justo, Dios no es amable, Dios no es piadoso, y entender eso es esencial para la auténtica devoción.”
También me gusta la forma en que se cuenta la historia como una parábola, sin diálogo, y un narrador omnisciente. Es una fábula moderna, poderosa e inolvidable.

Ted Chiang nos mandó esta nota:

Es un honor que mi trabajo sea leído como parte de Descarga; no conozco actividades similares a Descarga en los Estados Unidos y me encantaría poder estar en la lectura. Mis amigos John Kessel y James Patrick Kelly hablan muy bien sobre su reciente viaje a Medellín, y espero tener la oportunidad de visitar su ciudad algún día.
Con respecto a mi cuento “El infierno es la ausencia de Dios”: aunque no soy una persona religiosa, me da curiosidad la tensión que reside en las creencias religiosas; específicamente la tensión entre seguir una religión porque te parece reconfortante y seguir una religión porque crees que es verdad. Si eres capaz de sentirte cómodo con lo que crees que es verdad, entonces eres muy afortunado, pero mucha gente sigue una religión que les dice cosas muy incómodas. Mi historia es un intento por explorar esa contradicción.

Por cierto, le preguntamos a Ted Chiang cuál sería una banda sonora para ambientar la Descarga y nos dijo que no se le ocurría nada. Finalmente, pensando en algo oscuro y místico elegimos el álbum Saturnalia de The Gutter Twins.

Ted Chiang (1967, New York) se graduó en la universidad de Brown y es un ganador de los premios Nebula, Hugo, Theodore Sturgeon Memorial, Sidewise, John W. Campbell y World Fantasy. Es el autor joven más premiado y elogiado en la ciencia ficción y la literatura fantástica moderna. Su colección de cuentos La Historia de tu Vida se publicó en 2002. Trabaja como programador y escritor técnico freelance en Seattle, Washington. Su trabajo más reciente es la novela corta The Lifecycle of Software Objects.
[Foto: Nebula Awards]

 

[Fecha: 26 de Marzo de 2009]

[Foto: Pixelgoomba]

Próxima Descarga Fractal

Queríamos recordarles que después de la exitosa clausura de Fractal’10 estaremos retomando las Descargas Fractales, empezando este Viernes 28 de Mayo, donde leeremos el cuento “El Remero” de Jeremy Robert Johnson y escucharemos música de Sam Pool (aka SPL):

Lugar: Sala de Audición Musical, Universidad EAFIT
Hora: 6:00 PM
Fecha: 28 de Mayo, 2010.

Más información.

Descarga #9: “Una Verdadera Muñeca” por A.M. Homes

“La vida es increíblemente surreal. Especialmente donde vivo, la ciudad de Nueva York, donde ocurren las cosas más extrañas todos los días. Sólo tienes que estar consciente. Es parte de la tradición surrealista norteamericana. La mezcla extraña entre lo real y lo surreal.”– A.M. Homes

“Me gusta enseñarle literatura a los primíparos porque la ISB tiene una cantidad de estudiantes rurales que no están muy bien educados y no les gusta leer. Han crecido pensando que literatura significa cosas secas, irrelevantes y aburridas, como el aceite de hígado de bacalao. Es un privilegio poderles mostrar cosas más contemporáneas – la que siempre les leemos la segunda semana es un cuento llamado Una Verdadera Muñeca, escrito por A.M. Homes, del libro The Safety of Objects, sobre el romance de un chico y una muñeca Barbie. Es muy inteligente, pero en la superficie es muy retorcido y enfermizo y fascinante y real para personas que tienen 18 y hace cinco o seis años estaban o jugando con muñecas o siendo sádicos con sus hermanas. Ver a estos chicos descubrir que leer literatura a veces es un trabajo duro, pero que vale la pena y que leer literatura puede darte cosas que no puedes obtener de otra forma, verlos despertarse con respecto a eso es extremadamente genial.” — David Foster Wallace, 1996 [entrevista SALON]

Todavía hay Barbies en el carro. Siguen ahí, en su bolsa blanca, saludando a todos los que se montan atrás. “¿Y esas Barbies, qué?”, preguntan, así como preguntaron los asistentes en la Descarga en la que leímos Una Verdadera Muñeca, cuento de A.M. Homes. El Ken y las dos Barbies que asistieron a la lectura son las que ahora están en la bolsa. Me acompañan a todas partes, son como una familia, se preocupan por mí. Tal vez no las devuelva.

Los que no fueron a la lectura, pueden encontrar aquí una versión traducida por The Barcelona Review. Quienes lean en inglés, el original está publicado aquí. Nuestra propia traducción fue leída en la sesión. “Una Verdadera Muñeca” fue publicada originalmente en la colección The Safety of Objects (que fue adaptada al cine y que nunca fue traducida al español), y se incluye en la antología Generación Quemada (de la que publiqué una reseña el año antepasado en la Revista Arcadia).

La música de fondo estuvo a cargo de Autolux y su álbum Future Perfect. La idea era que la música ambientara la conversación, pero, ¿de qué íbamos a hablar? Todos se quedaron en silencio. Era más elocuente Autolux cantando de fondo: “No hay tiempo para el auto-estima/Sonríele a la anatomía fría/Tómate tu pastilla de carbono esta noche”. Esta historia, no apta para niños, nos presenta a un adolescente obsesionado sexualmente con la Barbie de su hermana, haciendo hasta lo imposible para estar con ella: ambos hablan mal de Ken (en palabras de Barbie: “No sé si te habrás fijado alguna vez, pero tiene el pelo de plástico duro, pegado a la cabeza, de una sola pieza. ¿Te imaginas salir con un tipo así? Además, no creo que estuviera a la altura, tú me entiendes. Ken no está lo que se dice muy bien dotado… sólo tiene un bultito de plástico, una especie de montículo. Ya me dirás qué diablos se puede hacer con eso”), el adolescente le da Coca-Cola Light a Barbie con pastillas de Valium (“De hecho, lo que utilizaba eran migas de valium, porque no había manera humana de dividir la pastilla en porciones tan pequeñas”) y le compra un piano de cola… hasta que, luego de ver la cabeza de Barbie y el cuerpo de Ken intercambiados, empieza a ver a Ken con otros ojos. El relato es tan bueno que, si me pongo a citarlo, terminaría transcribiéndolo todo.

En medio del silencio de la discusión, y considerando el nombre del relato, pensé en otra dinámica: ¿qué tal entrar al sitio web REALDOLL.COM y configurar una muñeca entre todo el grupo como simulacro de compra? Entre todos logramos elegir tímidamente un prototipo. Alguien dijo que ya había visto muñecas parecidas en Nip/Tuck, y todos quedaron impresionados por el realismo (“hey, ¿en serio no son personas?”, insistía alguien).

Pero esto no fue suficiente para cerrar la sesión. Aún quedaba tiempo, y la historia que tenía bajo la manga no iba a hacer que hablaran, pero sí los haría reaccionar. Y obviamente lo hizo. Imposible que no: 73 personas se habían desmayado en lecturas públicas al escucharla. Me refiero a Guts de Chuck Palahniuk (escritor de Fight Club), una historia visceral sobre adolescentes y experimentos fallidos de masturbación. Hay una traducción de este cuento aquí, en el Suplemento Radar. Durante la historia hubo risas, y caras de asco, y al final, silencio, pero esta vez acompañado del sonido del timbre que nos sacaba de la biblioteca. Fue cuando entramos al ascensor que realmente empezó la conversación. Y cuando nos quedamos hablando abajo, casi una hora, hasta que casi cierran la universidad. Y la conversación incluso continúa. En serio. Pregúntenle a mi nueva familia…

[Fecha: 18 de Septiembre de 2008]
[Foto: Nicolás Peñaloza]

A.M. Homes nació en 1961 en Washington D.C, y es una de las escritoras norteamericanas más reconocidas en la actualidad. Ha publicado seis novelas, dos colecciones de cuentos, y tres libros de no-ficción. Dos de sus novelas, “Jack” (que escribió cuando tenía 19 años) y “La Seguridad de los Objetos”, han sido adaptadas a cine, y otras tres están en producción. Ha trabajado en televisión como guionista y productora del programa The L Word y está desarrollando una serie para HBO. Su trabajo ha sido traducido a 18 idiomas, y es colaboradora frecuente de Art Forum, Harpers, Granta, McSweeney’s, The New Yorker, The New York Times, y Zoetrope. Es editora colaboradora de las revistas Vanity Fair, Bomb y Blind Spot, y su cuento “Una Verdadera Muñeca”, es considerado por muchos críticos como uno de los cuentos más importantes de la literatura contemporánea norteamericana.
Foto: © Heather Conley, 2003

“El Sombrero del Especialista” por Kelly Link

Cuento bajo licencia Creative Commons (Attribution-NonCommercial-ShareAlike 2.5) por Kelly Link 1998

Traducción: Hernán Ortiz y Viviana Trujillo
Versión original (en inglés): “The Specialist Hat”, del libro Stranger Things Happen
Presentado en Descarga

1401669_10152036759162214_1567620958_o“Cuando estás Muerta,” dice Samantha, “no tienes que lavarte los dientes…”
“Cuando estás Muerta,” dice Claire, “vives en una caja, y siempre está oscuro, pero nunca tienes miedo.”
Claire y Samantha son gemelas idénticas. Su edad combinada es de veinte años, cuatro meses y seis días. Claire es mejor Muerta que Samantha.
La niñera bosteza, cubriendo su boca con una larga mano blanca. “Dije que se lavaran los dientes y se fueran a la cama,” dice. Se sienta con las piernas cruzadas sobre el cubrecamas de flores, entre ellas dos. Les ha estado enseñando un juego llamado Lanzar para el que se necesitan tres juegos de cartas, uno para cada una de ellas. Al de Samantha le falta la jota de pica y el dos de corazones, y Claire sigue haciendo trampa. De todas formas la niñera gana.  En sus brazos todavía hay manchas de crema de afeitar seca y papel higiénico. Es difícil calcular su edad — al principio pensaron que debía ser adulta, pero ahora no parece mayor que ellas. Samantha había olvidado el nombre de la niñera.
Claire es testaruda. “Cuando estás Muerta,” dice, “te quedas despierta toda la noche.”
“Cuando estás muerta,” dice bruscamente la niñera, “siempre hace mucho frío y está húmedo, y tienes que estar muy, muy quieta o sino te atrapará el Especialista.”
“Esta casa está encantada,” dice Claire.
“Lo sé,” dice la niñera. “Solía vivir aquí.”
       
Algo está arrastrándose hacia arriba por las escaleras,
Algo está de pie al otro lado de la puerta,
Algo está gimiendo, está gimiendo en la oscuridad;
Algo está susurrando bajo el piso.

Claire y Samantha están pasando el verano con su papá, en una casa llamada Ocho Chimeneas. Su mamá está muerta. Ha estado muerta exactamente 282 días.
Su papá está escribiendo la historia de Ocho Chimeneas y del poeta Charles Cheatham Rash, que vivió aquí en el cambio de siglo y se fugó hacia el mar cuando tenía trece años, y regresó a los treinta y ocho. Se casó, tuvo un hijo, escribió tres volúmenes de una poesía mala y oscura, y una novela todavía peor y más oscura, El que Está Observándome a Través de la Ventana, antes de desaparecer otra vez en 1907, esta vez para siempre. El papá de Samantha y Claire dice que parte de la poesía de hecho es bastante interesante y que la novela al menos no es muy larga.
Cuando Samantha le preguntó por qué estaba escribiendo sobre Rash, respondió que nadie lo había hecho, y que por qué no iba a jugar afuera con Samantha. Cuando ella le dijo que era Samantha, él sólo frunció el ceño y preguntó cómo podía esperar que distinguiera quién era quién cuando ambas tenían jeans y camisas de algodón, ¿y por qué una no se puede vestir completamente de verde y la otra de rosado?
Claire y Samantha prefieren jugar adentro. Ocho Chimeneas es tan grande como un castillo, pero más polvoriento y oscuro que los castillos que se imagina. Hay más sofás, muñecas de porcelana con los dedos astillados, menos armaduras. Ningún foso.
La casa está abierta al público, y, durante el día, la gente —familias— recorre la Avenida Blue Ridge y se detiene para recorrer el terreno y el primer piso; el tercer piso pertenece a Claire y Samantha. A veces juegan a ser exploradoras, y otras siguen al guía en los recorridos para visitantes. En unas cuantas semanas se aprendieron el discurso y ahora lo vocalizan junto a él. Lo ayudan a vender postales y ejemplares de la poesía de Rash a las familias de turistas que entran en la pequeña tienda de regalos.
Cuando las madres les sonríen y dicen lo dulces que son, apartan la vista y no dicen nada. La débil luz de la casa hace que las madres parezcan pálidas y parpadeantes y cansadas. Dejan Ocho Chimeneas, madres y familias, viéndose no tan reales como eran antes de pagar sus entradas y, por supuesto, Claire y Samantha nunca las verían de nuevo, así que tal vez no eran reales. Mejor quédense dentro de la casa, quieren decirles a las familias, y si tienen que irse, entonces vayan directamente a sus automóviles.
El guía dice que los bosques no son seguros.
Su papá permanece en la biblioteca en el segundo piso durante toda la mañana, escribiendo, y por las tardes hace largas caminatas. Se lleva su grabadora de periodista y una licorera de bolsillo de Gentleman Jack, pero no a Samantha y Claire.
El guía de Ocho Chimeneas es el señor Coeslak. Su pierna izquierda es notablemente más corta que la derecha. Usa un tacón alto. Pelo corto y negro crece en sus orejas y sus fosas nasales, y no hay pelo en su coronilla, pero le ha dado permiso a Samantha y Claire para explorar toda la casa. Fue el señor Coeslak quien les dijo que hay víboras venenosas en el bosque, y que la casa está encantada. Dice que todos ellos, fantasmas y serpientes, andan de muy mal humor, y que Samantha y Claire deben quedarse en los senderos marcados, y lejos del ático.
El señor Coeslak puede distinguir a las gemelas, aún cuando su propio papá no puede; los ojos de Claire son grises, como el pelo de un gato, dice, pero los de Samantha son grises, como el océano cuando ha estado lloviendo.
Samantha y Claire fueron a caminar por el bosque dos días después de su llegada a Ocho Chimeneas. Vieron algo. Samantha pensó que era una mujer, pero Claire dijo que era una serpiente. La escalera que lleva al ático ha estado cerrada con llave. Espiaron por el ojo de la cerradura, pero estaba demasiado oscuro para ver algo.

Y entonces él tuvo una esposa, y decían que era muy bonita. Había otro hombre que quería irse con ella, y primero ella no quiso, porque le tenía miedo a su esposo, pero luego sí. Su esposo los descubrió, y dicen que mató a una serpiente y tomó parte de la sangre de esa serpiente y la mezcló con whisky, y se la dio a ella. Le había aprendido a un isleño que estuvo con él en un barco. Y como en seis meses a ella se le crearon serpientes que vivían entre su carne y su piel. Y dicen que se podían ver subiendo y bajando por sus piernas. Dicen que la parte superior de su cuerpo estaba vacía, y que continuó así hasta que se murió. Ahora mi papá dice que fue testigo.

—UNA HISTORIA ORAL DE OCHO CHIMENEAS
 
Ocho Chimeneas fue construida hace más de doscientos años. Se llama así por las ocho chimeneas que se ven desde afuera. En cada piso hay ocho chimeneas de ladrillo rojo, lo que da un total de venticuatro, cada una suficientemente grande para que quepan Samantha y Claire. Samantha imagina que los cañones de las chimeneas se estiran como troncos de árboles robustos y rojos, hasta el techo de la casa. Junto a cada chimenea hay un soporte de hierro para leña, negro y pesado, y un juego de atizadores de hierro forjado con forma de serpiente. Claire y Samantha fingen duelos con los atizadores-serpiente junto a la chimenea de su habitación en el tercer piso. El viento sube por la parte de atrás de la chimenea. Cuando ellas meten sus caras, pueden sentir el aire húmedo apresurándose hacia arriba, como un río. El tiro de la chimenea huele a viejo, a hollín y a humedad, como las piedras de un río.
Antes su habitación era el cuarto de juegos. Duermen juntas en una cama con dosel que parece un barco con cuatro mástiles. Huele a naftalina, y Claire patea dormida. Charles Cheatham Rash durmió aquí cuando era niño, y también su hija. Ella desapareció con su padre. Pudo haber sido por deudas de juego. Pudieron haberse ido para Nueva Orleáns. Ella tenía catorce años, dijo el señor Coeslak. Cuál era su nombre, preguntó Claire. Qué le sucedió a su madre, quiso saber Samantha. El señor Coeslak cerró los ojos casi en un guiño. La señora Rash había muerto un año antes de que su esposo e hija desaparecieran, dijo él, por una enfermedad misteriosa que la consumió. Él no puede recordar el nombre de la pobre niña, dijo.
Ocho Chimeneas tiene exactamente cien ventanas, todas aún con los vidrios originales ondulados soplados a mano. Con tantas ventanas, piensa Samantha, Ocho Chimeneas siempre debería estar llena de luz, pero en su lugar los árboles están tan cerca de la casa que las habitaciones del primer y segundo piso –incluso las habitaciones del tercero — son verdes y oscuras, como si Samantha y Claire estuvieran viviendo en las profundidades del mar. Esa es la luz que convierte a los turistas en fantasmas. Por la mañana se forma una neblina alrededor de la casa que vuelve al anocher. A veces es gris como los ojos de Claire, y a veces es gris como los ojos de Samantha.

Conocí a una mujer en el bosque,
Sus labios eran dos serpientes rojas.
Me sonrió, sus ojos eran lascivos
Y quemaban como el fuego.

Hace algunas noches, el viento estaba suspirando en la chimenea del cuarto de juegos. Su papá ya las había llevado a dormir y había apagado la luz. Claire desafió a Samantha a que metiera la cabeza en la chimenea, en la oscuridad, y así lo hizo. El aire frío y húmedo lamió su cara y casi sonaba como si hubiera voces hablando en voz baja, en murmullos. No pudo descifrar lo que decían.
El papá ha ignorado casi todo el tiempo a Claire y a Samantha desde que llegaron a Ocho Chimeneas. Él nunca menciona a la mamá. Una noche lo escucharon gritando en la biblioteca, y cuando bajaron las escaleras, había una gran mancha pegajosa sobre el escritorio, donde se había derramado una copa de whisky. Estaba mirándome, dijo, a través de la ventana. Tenía ojos anaranjados.
Samantha y Claire se esforzaron por no decirle que la biblioteca queda en el  segundo piso.
Por las noches, el aliento de su papá ha estado dulce por la bebida, y está pasando más y más tiempo en el bosque, y menos en la biblioteca. En la comida, casi siempre perros calientes y arvejas cocidas en lata, que comen en platos desechables en el comedor del primer piso, bajo la lámpara de araña austriaca (que tiene exactamente 632 lágrimas de cristal emplomado), su papá recita poesía de Charles Cheatham Rash, que no es interesante para Samantha ni para Claire.
Él ha estado leyendo los diarios de viaje que escribió Rash, y dice que descubrió en ellos la prueba de que el poema más famoso de Rash, “El sombrero del Especialista,” no es para nada un poema, y de todas formas Rash no lo escribió. Es algo que solía decir uno de los hombres del ballenero para atraer a una ballena. Rush simplemente lo copió, le puso un final y dijo que era suyo.
El hombre era de Mulatuppu, un lugar del que nunca habían oído hablar ni Samantha ni Claire. Su papá dice que se suponía que el hombre era una especie de mago, pero se ahogó poco después de que Rash regresara a Ocho Chimeneas. Su papá dice que los otros marineros querían arrojar el baúl del mago por la borda, pero Rash los convenció para que lo mantuvieran hasta que él pudiera desembarcar, con el baúl, en la costa de North Carolina.   

El sombrero del especialista hace un ruido como de agouti;
El sombrero del especialista hace un ruido como de pecarí de collar;
El sombrero del especialista hace un ruido como de pecarí de labios blancos;
El sombrero del especialista hace un ruido como de tapir;
El sombrero del especialista hace un ruido como de conejo;
El sombrero del especialista hace un ruido como de ardilla;
El sombrero del especialista hace un ruido como de paují;
El sombrero del especialista gime como una ballena en el agua;
El sombrero del especialista gime como el viento en el pelo de mi esposa;
El sombrero del especialista hace un ruido como de serpiente;
Tengo el sombrero del especialista colgado en mi pared.

 La razón por la que Claire y Samantha tienen una niñera es que su papá conoció a una mujer en el bosque. Va a ir a verla esta noche, y harán un picnic y mirarán las estrellas. Esta es la época del año en la que se pueden ver las Perseidas, cayendo por el cielo en las noches despejadas. Su papá dijo que ha estado caminando con la mujer todas las tardes. Ella es una pariente lejana de Rash y además, dijo, necesita una noche afuera y una conversación adulta.
El señor Coeslak no permanece en la casa después del anochecer, pero accedió a  encontrar a alguien que cuidara a Samantha y Claire. Luego su papá no pudo encontrar al señor Coeslak, pero la niñera apareció exactamente a las siete en punto. La niñera, cuyo nombre no recordaba ninguna de las dos gemelas, tenía un vestido azul de algodón de mangas cortas. Tanto Samantha como Claire pensaron que ella era bonita de una forma un poco pasada de moda.
Estaban en la biblioteca con su papá, buscando Mulatuppu en el atlas de cuero rojo, cuando ella llegó. No tocó en la puerta principal, simplemente entró y luego subió las escaleras, como si supiera dónde encontrarlos.
Su papá les dio un beso de despedida, apresurado, diciéndoles que se portaran bien y que las llevaría a la ciudad el fin de semana para ver la película de Disney. Fueron hasta la ventana para observarlo caminar hacia el bosque. Ya estaba oscuro y había luciérnagas, diminutas chispas amarillentas en el aire. Cuando su papá desapareció completamente entre los árboles, se voltearon y miraron a la niñera. Ella levantó una ceja. “Bien,” dijo. “¿Qué les gusta jugar?”

Círculos en dirección contraria al sol, por las chimeneas,
Una vez, dos veces, otra vez.
Los rayos suenan como un reloj en la bicicleta;
El tic tac se traga los días de la vida de un hombre.

Primero jugaron Go Fish, luego Crazy Eights, y después convirtieron a la niñera en una momia poniéndole crema de afeitar del baño de su papá en los brazos y piernas, y  envolviéndola en papel higiénico. Es la mejor niñera que han tenido.
A las 9.30, ella intentó llevarlas a dormir. Ni Claire ni Samantha querían ir a dormir, entonces empezaron a jugar el juego de la Muerte. El juego de la Muerte es uno de imaginación que habían jugado todos los días durante 274 días, pero nunca delante de su padre o de ningún otro adulto. Cuando están Muertas, pueden hacer todo lo que quieran. Incluso pueden volar saltando desde la cama del cuarto de juegos, y sacudiendo los brazos. Algún día esto va a funcionar, si practican lo suficiente.
El juego de la Muerte tiene tres reglas.
Uno. Los números son significativos. Las gemelas tienen una lista de números importantes en una libreta verde de direcciones que perteneció a su mamá. Los recorridos del señor Coeslak han sido buena fuente de cantidades y cuentas significativas: ellas están escribiendo una historia trágica de números.
Dos. Las gemelas no juegan al juego de la Muerte delante de los adultos. Han analizado a la niñera y han decidido que ella no cuenta. Le dijeron las reglas.
La tercera regla es la mejor y la más importante. Cuando estás Muerta, no tienes que tener miedo de nada. Samantha y Claire no están seguras de quién es el Especialista, pero no le tienen miedo.
Para volverse Muertas, ellas aguantan la respiración mientras cuentan hasta treinta y cinco, que es la edad hasta la que llegó su madre, sin contar unos pocos días.
“Nunca viviste aquí,” dice Claire. “El señor Coeslak vive aquí”.
“No por la noche,” dice la niñera. “Éste era mi cuarto cuando yo era pequeña.”
“¿De verdad?” dice Samantha. Y Claire dice: “Demuéstralo.”
La niñera mira a Samantha y Claire, como si las estuviera juzgando: edad, inteligencia, valentía, estatura. Entonces asiente. El viento está en el tiro de la chimenea, y en la tenue luz del cuarto de juegos ellas pueden ver las lechosas hebras de niebla que se meten por la chimenea. “Párense en la chimenea,” les dice. “Extiendan la mano tan arriba como puedan, hay un pequeño agujero en el lado izquierdo, con una llave.”
Samantha mira a Claire, quien dice: “Tú primero.” Claire es quince minutos y algunos segundos que no contaron mayor que Samantha, por eso puede decirle a Samantha qué hacer. Samantha recuerda las voces murmurantes y se dice a sí misma que está Muerta. Va hasta la chimenea y entra agachada.
Cuando Samantha se pone de pie en la chimenea, sólo puede ver una esquina de la habitación. Puede ver los flecos de la alfombra azul desgastada, y una pata de la cama, y junto a ella, el pie de Claire, balanceándose hacia atrás y hacia adelante como un metrónomo. El zapato de Claire está desamarrado y tiene una curita en el tobillo. Todo parece muy agradable y pacífico desde el interior de la chimenea, como un sueño, y por un momento casi desea no tener que estar Muerta. Pero es más seguro, de verdad.
Extiende su mano hacia la izquierda tanto como puede, tanteando la pared granulosa, hasta que siente una hendidura. Piensa en arañas, dedos cortados y hojas de afeitar oxidadas, y mete la mano. Mantiene su mirada hacia abajo, enfocada en el rincón de la habitación y el pie nervioso de Claire.
Dentro del agujero hay una pequeña llave fría, los dientes hacia fuera. La saca y se agacha para regresar a la habitación. “No mentía,” le dice a Claire.
“Claro que no mentía,” dice la niñera. “Cuando estás Muerta, no se te permite mentir.”
“A menos que quieras,” dice Claire.

Lúgubre y horroroso golpea el mar en la playa.
Espantosa y goteante está la neblina en la puerta.
El reloj del pasillo anuncia una, dos, tres, cuatro.
La mañana no llega, no, nunca, nunca más.

Samantha y Claire han ido a acampar por tres semanas todos los veranos desde que tienen siete años. Este año su papá no les preguntó si querían ir, y después de discutirlo, ellas decidieron que así estaba bien. No querían tener que explicarles a todos sus amigos que ahora eran medio-huérfanas. Estaban acostumbradas a que las envidiaran, por ser gemelas idénticas. No querían que les tuvieran lástima.
Todavía no ha pasado un año, pero Samantha se da cuenta que está olvidando cómo se veía su mamá. No tanto la cara de su mamá sino la forma en que olía, que era algo como heno seco y algo como Chanel No. 5, y también como algo más. No puede recordar si tenía los ojos grises, como ella, o grises, como Claire. Ya no sueña con su mamá, sino con Príncipe Azul, un zaino que una vez cabalgó en la exhibición de caballos del campamento. En el sueño, Príncipe Azul no huele para nada a caballo. Huele a Chanel No. 5. Cuando ella está Muerta, puede tener todos los caballos que quiere, y todos huelen a Chanel No. 5.

***

“¿Dónde va la llave?” dice Samantha.
La niñera toma su mano. “En el ático. Realmente no la necesitas, pero usar las escaleras es más fácil que la chimenea. Al menos la primera vez.”
“¿No vas a obligarnos a dormir?” dice Claire.
La niñera ignora a Claire. “Mi papá solía encerrarme en el ático cuando era pequeña, pero no me importaba. Allá había una bicicleta y yo daba vueltas y vueltas  alrededor de las chimeneas hasta que mi mamá me dejaba salir. ¿Saben montar en bicicleta?”
“Claro,” dice Claire.
“Si vas lo suficientemente rápido, el Especialista no te puede alcanzar.”
“¿Qué es el Especialista?” dice Samantha. Las bicicletas están bien, pero los caballos van más rápido.
“El Especialista usa un sombrero,” dice la niñera. “El sombrero hace ruidos.”
No dice nada más.

Cuando estás muerto, la hierba es más verde
Sobre tu tumba. El viento es más fuerte.
Tus ojos se hunden, tu carne se descompone. Te
Acostumbras a la lentitud; espera retrasos.

El ático es, de alguna forma, más grande y solitario de lo que Samantha y Claire pensaban. La llave de la niñera abre la puerta al final del vestíbulo, revelando un angosto tramo de escaleras. Les hizo señas para que subieran.
No hay tanta oscuridad en el ático como habían imaginado. Los robles que bloquean la luz y hacen que los tres primeros pisos se vean tan oscuros y verdes y misteriosos durante el día, no llegan hasta aquí. La extravagante luz de la luna, polvorienta y pálida, entra por las ventanas en ángulo de la buhardilla. Ilumina todo el ático, que es suficientemente grande para un partido de softbol, y bordeado con troncos donde Samantha imagina que la gente podría sentarse, podría esconderse y observar. El techo tiene una pendiente hacia abajo, y lo atraviesan los ocho cañones gruesos y gastados de las chimeneas. De alguna manera las chimeneas parecen muy vivas, para estar contenidas en este lugar vacío y abandonado; empujan casi con rabia el piso y el techo del ático. A la luz de la luna parecen respirar. “Son tan hermosas,” dice ella.
“¿Cuál chimenea es la chimenea de la habitación de juegos?” dice Claire.
La niñera señala la que está más cerca a su derecha. “Ésa,” dice. “Sube desde el salón de baile del primer piso, la biblioteca, el cuarto de juegos.”
Colgando de un clavo en la chimenea del cuarto de juegos hay un objeto negro y largo. Se ve abultado y pesado, como si estuviera lleno de cosas. La niñera lo toma, lo gira en su dedo. Hay huecos en la cosa negra y silba tristemente mientras lo gira. “El Sombrero del Especialista,” dice.
“Eso no parece un sombrero,” dice Claire. “No parece nada.” Va y mira entre las cajas y baúles que están apilados contra la pared.
“Es un sombrero especial,” dice la niñera. “No se supone que se parezca a algo. Pero puede sonar como cualquier cosa que puedas imaginar. Lo hizo mi papá.”
“Nuestro papá escribe libros,” dice Samantha.
“Mi papá también lo hacía.” La niñera cuelga el sombrero negro en el clavo. Se curva espantosamente contra la chimenea. Samantha lo mira. Le relincha. “Fue un mal poeta, pero como mago era peor.”
Durante el último verano, Samantha deseo tener un caballo más que cualquier otra cosa. Pensó que renunciaría a todo por uno — incluso ser gemela no era tan bueno como tener un caballo. Todavía no tenía un caballo, pero tampoco tenía mamá, y no podía evitar preguntarse si era su culpa. El sombrero relincha de nuevo, o tal vez sea el viento en la chimenea.
“¿Qué le sucedió?” pregunta Claire.
“Después de que hizo el sombrero, el Especialista vino y se lo llevó. Yo me escondí en la chimenea del cuarto de juegos mientras el Especialista lo buscaba, y no me encontró.
“¿Te asustaste?”
Hay un estrépito que las sobresalta. Claire ha encontrado la bicicleta de la niñera y la arrastra hacia ellas por el manubrio. La niñera se encoge de hombros. “Regla número tres,” dice.
Claire arrebata el sombrero del clavo. “¡Soy el Especialista!” dice, poniéndose el sombrero en la cabeza. Cae sobre sus ojos, el borde blando y sin forma cosido con pequeños botones asimétricos que enfocan y atrapan la luz de la luna como dientes. Samantha mira de nuevo y ve que son dientes. Sin contarlos, sabe que hay exactamente cincuenta y dos dientes en el sombrero, y que son dientes de agoutis, de paujiles, de pecarís de labios blancos y de la esposa de Charles Cheatham Rash. Las chimeneas están gimiendo, y la voz de Claire retumba huecamente bajo el sombrero. “¡Escapa, o te atraparé y te comeré!”
Samantha y la niñera escapan, riendo mientras Claire se monta en la bicicleta oxidada y ruidosa y pedalea tras ellas como una loca. Hace sonar la campana mientras avanza, y el sombrero del Especialista se balancea sobre su cabeza. Escupe como un gato. La campana es estridente y débil, y la bicicleta gime y chilla. Se inclina primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Las rodillas de Claire sobresalen para uno u otro lado como contrapesos improvisados.
Claire hace zigzag entre las chimeneas, persiguiendo a Samantha y a la niñera. Samantha es lenta, se voltea para mirar hacia atrás. Mientras Claire se aproxima, mantiene una mano en el manubrio y extiende la otra hacia Samantha. Justo cuando está por agarrar a Samantha, la niñera se voltea y arranca el sombrero de la cabeza de Claire
“¡Mierda!” dice la niñera, y lo deja caer. Hay una gota de sangre formándose en la parte carnosa de la mano de la niñera, negra a la luz de la luna, donde la ha mordido el sombrero del Especialista.
Claire se baja de la bicicleta, con risa nerviosa. Samantha observa mientras el sombrero del Especialista se aleja rodando. Acelera, se retuerce por el piso del ático, y desaparece, golpeando las escaleras. “Ve y recógelo,” dice Claire. “Ahora tú puedes ser el Especialista.”
“No,” dice la niñera, chupándose la palma. “Es hora de irse a dormir.”
Cuando bajan las escaleras, no hay ninguna señal del sombrero del Especialista. Se lavan los dientes, se suben al barco-cama y se tapan con los cobertores hasta el cuello. La niñera se sienta entre sus pies. “Cuando estás Muerta,” dice Samantha, “¿te cansas y tienes que ir a dormir? ¿Sueñas?”
“Cuando estás Muerta,” dice la niñera, “todo es mucho más fácil. No tienes que hacer nada que no quieras. No tienes que tener nombre, no tienes que recordar. Ni siquiera tienes que respirar.”
Ella les muestra exactamente lo que quiere decir.

***

Cuando tiene tiempo para pensar en esto (y ahora tiene todo el tiempo del mundo para pensar), Samantha comprende con un poco de remordimiento que ella ahora está atrapada indefinidamente entre los diez y los once años, atrapada con Claire y la niñera. Ella lo considera. El número 10 es agradable y redondo, como una pelota playera, pero aún así, no ha sido un año fácil. Se pregunta cómo habrían sido los 11. Tal vez más agudos, como agujas. En cambio ella ha elegido estar Muerta. Espera haber tomado la decisión correcta. Se pregunta si su madre hubiera decidido estar Muerta, en lugar de muerta, si hubiera podido.
El último año aprendió fracciones en el colegio, cuando su madre murió. Las fracciones le recuerdan a Samantha las manadas de caballos salvajes, moteados, pintos y palominos. Hay tantos de ellos, y son, bueno, rebeldes e indomables. Justo cuando piensas que tienes uno bajo control, levanta la cabeza y te tumba. El número favorito de Claire es el 4, que ella dice que es un chico alto y delgado. Samantha no se preocupa tanto por los chicos. A ella le gustan los números. Por ejemplo el número 8, que puede ser más de una cosa a la vez. Mirado de una forma, el 8 parece una mujer inclinada con el pelo rizado. Pero si lo acuestas hacia un lado, parece una serpiente enroscada con la cola en su boca. Esto es como la diferencia que hay entre estar Muerto y estar muerto. Tal vez cuando Samantha se canse de una, intente con la otra.
En el prado, bajo los robles, escucha a alguien pronunciando su nombre. Samantha sale de la cama y va hasta la ventana del cuarto de juegos. Mira hacia afuera por el  vidrio ondulado. Es el señor Coeslak. “¡Samantha, Claire!” las llama. “¿Están bien? ¿Su padre está ahí?” Samantha casi puede ver la luz de la luna brillando a través de él. “Siempre me encierran en el cuarto de herramientas. Malditas cosas fantasmagóricas,” dice. “¿Están ahí, Samantha? ¿Claire? ¿Niñas?
La niñera viene y se para junto a Samantha. La niñera pone un dedo sobre su labio. Los ojos de Claire brillan desde la cama oscura. Samantha no dice nada, pero saluda al señor Coeslak. La niñera también saluda. Tal vez él pueda verlas saludar, porque después de un rato deja de gritar y se va.
“Ten cuidado,” dice la niñera. “Él regresará pronto. Lo hará muy pronto.”
Toma la mano de Samantha y la conduce de nuevo a la cama, donde Claire está esperando. Se sientan y esperan. Pasa el tiempo, pero no sienten cansancio, y no envejecen.

¿Quién está ahí?
Sólo el aire.

En el primer piso se abre la puerta del frente, y Samantha, Claire y la niñera pueden escuchar que alguien se arrastra, se arrastra escaleras arriba. “No hagan ruido,” dice la niñera. “Es el Especialista.”
Samantha y Claire se quedan en silencio. El cuarto de juegos está oscuro y el viento cruje como el fuego en una chimenea.
“¿Claire, Samantha, Samantha, Claire?” La voz del Especialista es borrosa y húmeda. Suena como la voz de su papá, pero es porque el sombrero puede imitar cualquier sonido, cualquier voz. “¿Todavía están despiertas?”
“Rápido,” dice la niñera. “Hay que subir al ático y esconderse.”
Claire y Samantha se deslizan por debajo de los cobertores y se visten apresurada y silenciosamente. La siguen. Sin hablar, sin respirar, ella las lleva hacia la seguridad de la chimenea. Está demasiado oscuro para ver, pero comprenden perfectamente cuando la niñera dice sin pronunciar la palabra, Arriba. Ella va primero, así ellas puedan ver dónde están los lugares para apoyar los dedos, los ladrillos que sobresalen para apoyar los pies. Luego Claire. Samantha observa los pies de su hermana ascendiendo como humo, los cordones todavía sin amarrar.
“¿Claire? ¿Samantha? Maldita sea, me están asustando. ¿Dónde están?” El Especialista está parado justo frente a la puerta semi-abierta. “¿Samantha? Creo que me mordió una maldita serpiente.” Samantha sólo duda un segundo. Luego está subiendo y subiendo por la chimenea del cuarto de juegos.
 

 

Anécdota de Descarga: el disfraz de Meteoro

Algunas de las mejores conversaciones de Descarga Fractal han ocurrido en el ascensor. Otras, fuera de la sala. Generalmente las sesiones terminan a las 9.00 PM, pero luego del timbre de cierre de la biblioteca, las conversaciones suelen alargarse afuera hasta las diez o más, obligándonos a salir de la universidad para continuarla en algún café o bar. Descarga Fractal genera algo extraño: ilustradores, ingenieros, físicos, astrónomos, publicistas, diseñadores, periodistas, filósofos, estudiantes universitarios, etc, resultan conversando apasionadamente sobre los temas que propone cada historia, y divirtiéndose mucho. Ante todo, Descarga Fractal es un espacio alternativo de entretenimiento.

Como se acerca Halloween, la sesión anterior estábamos hablando sobre disfraces. Sebastian, el ilustrador de Agua/Cero, contó que él había comprado la película Meteoro sin importarle si era buena o no porque él era un fan de la serie. “De hecho”, dijo, “cuando era niño me disfracé de Meteoro”. Entre el grupo había alguien que nunca había visto la serie, y preguntó: “¿cómo se disfraza uno de meteoro? El ilustrador Oscar Gonzalez no perdió la oportunidad para responderle con el siguiente dibujo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Especial de Halloween en Descarga!

Conoce el juego de la muerte de las hermanas Samantha y Claire en el cuento The Specialist Hat de Kelly Link, que se leerá este Jueves 30 de Octubre a las 6.15 PM en Descarga (publicaremos la historia completa al día siguiente en este mismo blog, para que quienes no viven en Medellín, Colombia, puedan leerla, y ojalá lo hagan después de la media noche, en voz alta, frente a un grupo).

La música de fondo estará a cargo de Rob Zombie y Arling & Cameron (Music for Imaginary Films).

Se recomienda llevar máscaras y sombreros y decoraciones extrañas. Al final de la sesión hablaremos de la historia y conversaremos sobre experiencias paranormales.

Lugar: Sala de Audición Musical de la biblioteca de la Universidad EAFIT (Medellín, Colombia)

Entrada Libre.

Descarga #8: “¿Quién puede reemplazar a un hombre?” por Brian Aldiss

¿Quién puede reemplazar a un hombre? del inglés Brian W. Aldiss fue el cuento que leímos en la octava sesión de Descarga. La música de fondo estuvo a cargo de la banda neoyorquina TV on the Radio: “I could not help but noticing/all these robots fucking/in the middle of the mini mall/robots fucking/in the middle of the carwash/robots fucking/in the middle of sitcom […] [Robot]” y aunque la música generaba el ambiente adecuado previo a la lectura, los robots de la historia no buscaban reproducirse sino gobernar un mundo donde el hombre se había extinguido.

—Ayer llegaron llegaron órdenes de la ciudad. Hoy no han llegado órdenes. Pero la radio no está averiada. Por tanto ellos se han averiado. —dijo el pequeño registrador.
—¿Los hombres se han averiado?
—Todos los hombres se han averiado.
—Es una deducción lógica —dijo el capataz.
—Es una deducción lógica —dijo el registrador—. Porque si una máquina se avería, se reemplaza con rapidez. Pero, ¿quién puede reemplazar a un hombre?

Tal vez el hombre se había extinguido porque, debido al exceso de uso, “la Tierra era mala” y probablemente se habían quedado sin comida. Así que los robots –que según sus capacidades estaban discriminados en diferentes clases– configuraron un equipo para ir a la ciudad y gobernarla.

Poco después se cruzaron con un camión a toda velocidad. Viajando a Mach 1.5, dejó un curioso balbuceo de ruido a su paso.
—¿Qué dijo? —preguntó un tractor a otro.
—Dijo que el hombre se ha extinguido.
—¿Qué es extinguido?
—No sé lo que significa.
—Significa que todos los hombres han desaparecido —dijo el capataz—. En consecuencia, sólo nos tenemos a nosotros mismos.
—Es mejor que el hombre no vuelva nunca —dijo el registrador. En cierta forma, era una afirmación revolucionaria.

A la audiencia le pareció que los diálogos, determinados según las clases de cerebro, eran fascinantes (especialmente el del cerebro clase cinco, que repetía constantemente “dispongo de un buen suministro de material explosivo de fisión”). Alguien que escuchaba por primera vez una historia de ciencia ficción, dijo que para ella era muy difícil imaginarse esas máquinas y la configuración del entorno. Alguien añadió: “¿Difícil? Por qué difícil. ¿Acaso somos algo más que máquinas biomecánicas?”. Alguien mencionó que los robots enfocados en la productividad, cumpliendo tareas mecánicas repetitivas, ya son parte de nuestra realidad industrial, y que el objetivo de los robots modernos, como el Aibo de Sony, es satisfacer las necesidades emocionales del consumidor.

Por otro lado, alguien señaló el sistema de gobierno, la discriminación por clase de cerebros, “el sistema que se basa en hacer todo lo que quiere el jefe”.”Eso es una tendencia biológica”, le respondieron, “el ser humano tiende a ahorrar energía y las decisiones gastan mucha energía, así que es más fácil seguir órdenes”. Alguien dijo que era “una historia muy vigente que impacta, porque te pone la situación en la cara”, que muchas personas no están preparadas para ser cuestionadas de esa forma y que por eso “la ciencia ficción no es para todo el mundo”.

Alguien dijo que era muy miedoso pensar en máquinas inteligentes desocupadas. Aunque en “¿Quién puede reemplazar a un hombre?”, a diferencia de las historias en las que el hombre tiene miedo a ser destruído por las máquinas, vemos a los robots cumpliendo perfectamente con las leyes de Asimov, planteadas en 1942.

1.- Un robot no puede hacer daño a un ser humano, o, por medio de la inacción, permitir que un ser humano se haga daño.
2.- Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes contradicen la Primera Ley.
3.- Un robot debe proteger su propia existencia en la medida que esta protección no sea incompatible con la Primera o Segunda Ley.

Alguien dijo que la historia era una metáfora del imperialismo británico: “no son capaces de gobernarse solos: Países Clase I, Clase II…”

Alguien se enfocó en el aspecto informático de las máquinas. Dijo que el líder era el operador de radio, un cerebro Clase I porque tenía el control de las comunicaciones, de la información y que el autor estaba adelantado a su época.

Todo esto mientras sonaba un timbre que combinaba perfectamente con la música de TV on the Radio, advirtiéndonos que ya iban a cerrar la biblioteca. Volvió a sonar el timbre y tuvimos que salir de la sala. Apagué la luz, el video beam y el computador. Aparte de los empleados, éramos los últimos seres humanos que quedaban en la biblioteca. Bajamos por el ascensor y salimos de ahí a tiempo, antes de que cerraran las puertas. Así funciona la biblioteca: luego de las 9.00 PM, nadie se puede quedar adentro, sin excepciones. No importa lo que puedan llegar a hacer sus máquinas mientras están desocupadas.

[Fecha: 11 de Septiembre de 2008]
[Foto: Nicolás Peñaloza]

Brian W. Aldiss nació en 1925 en East Dereham, Norfolk, Inglaterra.  Con más de cien libros publicados, es uno de los escritores británicos más prolíficos en la actualidad. Ha sido ganador de los premios Hugo,  Nebula,  John W. Campbell, Locus, Julio Verne y, en múltiples ocasiones, el Premio Británico de Ciencia Ficción.  Tres de sus historias han sido adaptadas a cine, entre ellas el cuento “Los Superjuguetes Duran Todo el Verano” que sirvió de base para el guión escrito por Stanley Kubrick de la película Inteligencia Artificial, dirigida por Steven Spielberg.
Aldiss fue presidente de la Asociación Británica de Ciencia Ficción (1960 – 1965) y World Science Fiction (1975 – 1979), y también fue co fundador del Premio Campbell Memorial. Ha sido invitado de honor en una cantidad de convenciones de ciencia ficción, incluyendo dos Worldcons, es un invitado anual al International Conference on the Fantastic en Florida, y hace poco fue nombrado Gran Maestro de la SFWA.

Descarga #6 y #7: Cyberpunk y Post-Cyberpunk

Cito algunas frases que usamos en las sesiones 6 y 7 de Descarga para definir  Cyberpunk y Post-Cyberpunk

Cyberpunk:

“Cualquier cosa que se pueda hacer a una rata se le puede hacer a un humano. Y podemos hacer casi cualquier cosa a las ratas. Es duro pensar en esto, pero es la verdad. Esto no cambiará con cubrirnos los ojos. Esto es cyberpunk.”
Bruce Sterling, Cyberpunk en los Noventas

“El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto.”
William Gibson, Neuromante

“Miren, la belleza del asunto cyberpunk es que fue la primera ciencia ficción que de verdad se podría vivir […]
Nadie cuerdo tendría la expectativa de tripular la nave espacial Enterprise o hacer una excursión al período Jurásico, pero por mil dólares o algo así podrías pegar tu cabeza a la pantalla de un PC y respirar ciberespacio 100% puro. Y continuó poniéndose mejor y mejor y más extraño cada minuto, como la madre de todos los viajes ácidos. De hecho, Timothy Leary declaró que el ciberespacio era el LSD de los ochentas y se alió con algunos cyberpunks. Estalló una subcultura cyberpunk de hackers y crackers y cypherpunks y otakus y ravers y transhumanos y extropianos, por nombrar algunos. El hardware que estábamos extrapolando en los ochentas está empezando a aparecer en la columna Fetiche de la revista Wired, que se ha convertido en algo así como la Ciencia Popular del Cyberpunk. Y algunos de los que ayudaron a crear Internet tal como lo conocemos han reconocido que le hicieron ingeniería inversa a la concepción de ciberespacio de William Gibson. […]
Fui mejor escritor gracias al cyberpunk. Sí, a veces la actitud era difícil de aceptar, pero era fresca en todo el sentido de la palabra. Puedo decir con certeza que el cyberpunk me dejó marcado. Me convirtió en un investigador más aventurero y en un extrapolador más riguroso. ¿Saben? podría ser una coincidencia, pero al mirar mi bibliografía creo que cuando los cyberpunks estaban en pleno apogeo fue cuando me relajé y empecé a divertirme escribiendo.”
James Patrick Kelly, en un ensayo para la revista Asimov’s Science Fiction

Las siguientes citas pertenecen a la antología Mirrorshades, editada por Bruce Sterling:

“El esfuerzo literario cyberpunk tiene su paralelo en la cultura pop a lo largo de los ochenta: en los videos de rock, en el submundo de los hackers, en la tecnología callejera del hip-hop y de la música scratch, en el rock de sintetizador de Londres y Tokio. Este fenómeno o dinámica tuvo un alcance global. Y el cyberpunk es su encarnación literaria.”

“La tecnología de los ochenta se pega a la piel, responde al tacto: los computadores personales, los walkman de Sony, el teléfono móvil o los lentes de contacto.”

“(El cyberpunk emplea) un análisis frío, una técnica tomada de la ciencia y que luego se emplea literariamente como un impactante recurso punk.”

“(A los cyberpunks) les encanta vérselas cara a cara con el núcleo desnudo de la ciencia ficción: las ideas.”

“(Los cyberpunks hacen una) referencia continua a las drogas y al rock and roll: productos definitivamente tecnológicos.”

“La red de satélites de comunicaciones, las corporaciones multinacionales. Un punto de vista global y de gran alcance.”

“Están fascinados por las zonas intermedias, las áreas donde, según Gibson, ‘la calle usa las cosas a su modo'”

Temas que aparecen con frecuencia:

– La invasión del cuerpo con miembros protésicos
– Circuitos implantados
– Cirugía plástica o alteración genética
– Invasión de la mente: interfaces mente-computador, IA, neuroquímica… técnicas que redefinen radicalmente la naturaleza humana, la naturaleza del yo.

“El Cyberpunk es ampliamente conocido por su eficiente empleo de los detalles, por su complejidad cuidadosamente elaborada, por su voluntad de llevar las extrapolaciones al tejido de la vida cotidiana. Siempre favorece la prosa “densa”, la rapidez, las vertiginosas avalanchas de información novelesca y la sobrecarga sensorial que sumergen al lector en el equivalente literario del muro de sonido propio del rock duro.”

“Parece poco probable que alguna etiqueta los fije por mucho tiempo. La ciencia ficción actual se encuentra en un raro momento de ebullición.”

Post-Cyberpunk

Las siguientes citas pertenecen a la antología Rewired, editada por James Patrick Kelly y John Kessel.

“Una característica fundamental del cyberpunk, que incluso se extiende más en el post-cyberpunk es que nosotros ya no cambiamos la tecnología; más bien, ella ha empezado a cambiarnos. No sólo nuestras casas y colegios, nuestros gobiernos y lugares de trabajo, sino nuestros sentidos, nuestros recuerdos y nuestra conciencia. La computación ubicua con acceso a todo el conocimiento almacenado, la comunicación instantánea a través de todo el planeta, anexos al Sistema Operativo Humano, la manipulación de nuestro genoma – todas están en el horizonte. Los cambios que traerán estas tecnologías son cualitativamente diferentes de los cambios causados por los autos, o incluso, por la invención tan anhelada de la ciencia ficción de naves que viajan más rápido que la velocidad de la luz. Sí, los autos transforman el paisaje y hacen surgir malls, McDonalds y los suburbios. Claro, los viajes más rápido que la luz nos van a llevar a las estrellas. Pero los carros y las naves cambian lo que hacemos, no quienes somos.”

“En las historias post-cyberpunk los valores humanos no están impresos en la tela del universo, porque lo que significa ser humano siempre es negociable.”

“Una de las obsesiones el post-cyberpunk es explorar los límites del “fin” de la historia humana, y si es posible, ver más allá.” (La singularidad tecnológica, Vernor Vinge, 1993)

“El protagonista cyberpunk estereotípico era un solitario indiferente a la cultura mainstream; esto no sólo cansaba sino que además traicionaba la falta de rigor en la extrapolación. No podía existir ningun futuro en el que sólo hubiera ladrones de datos con impermeables y gerentes megalomaniacos. Alguien tenía que estar horneando el pan y manejando los camiones y ensamblando todas esas pantallas planas. ¡El ciberespacio necesita electricistas!”

“Tal vez la mayor contribución de los cyberpunks (pre, clásicos, post) al género fue su habilidad extraña para difundir una idea de ciencia ficción a toda la cultura.”

Descarga #7: “La Liga de los Ceros” por Jeremy Robert Johnson

El más reciente álbum de la agrupación The Mars Volta (que se presentará en Bogotá el próximo 29 de Octubre junto a R.E.M), The Bedlam in Goliath, generó el ambiente ideal previo a la lectura de Jeremy Robert Johnson, autor que escribió la extraña historia del proceso de grabación de dicho álbum (donde los músicos de The Mars Volta tratan de deshacerse de una Tabla Ouija), y autor de La Liga de los Ceros, cuento incluido en la antología Agua/Cero y leído con la música de fondo diseñada por Juan Fernando Ossa para el libro — una música a la que Jeremy Robert Johnson se refirió como “fascinante, profundamente oscura y con una especie de tono tech-noir“.

La Liga de los Ceros es la historia de Jaimie y Raymond, dos personajes que buscan ser aceptados por la sociedad experimentando con sus propios cuerpos — Jaimie quiere sacarse el cerebro para meterlo en una caja, y Raymond, sin mayores ambiciones, simplemente quiere ser exitoso como Hombre Ensalada. Pero sus modificaciones tienen ciertas complicaciones: mantener el cerebro por fuera del cuerpo, así como tener una huerta en la piel, requiere mucho mantenimiento:

Ray está empezando a apestar. Creo que algunos de sus vegetales se están muriendo, a pesar de que esta vez el Dr. Tikoshi los sumergió en preservativos. La lechuga cosida en su cuello se ve café en los bordes, y la punta de zanahoria que sale de su frente con orgullo de unicornio, se ha quebrado. Las suturas alrededor del rábano en su antebrazo derecho se ven hinchadas e irritadas.
Desde el principio le dije que Hombre-Ensalada era un proyecto jodido. Le dije que los perecederos siempre requieren mucho mantenimiento. Sin embargo tiene la atención que cosechó, e incluso en este momento la gente lo está mirando. Aún así, en un nivel puramente olfativo, pasar el tiempo con Ray es como pasarlo con un montón de compost.

Jaimie y Raymond viven en un mundo post-apocalíptico donde no estalló ninguna bomba — una especie de armageddon invisible y silencioso que está ahí, moviéndose en el ambiente, como el smog o las ondas electromagnéticas:

Todo eso me deja con la impresión de que estoy viviendo en los escombros de una especie de devastación nuclear. El problema con ese diagnóstico está en la ausencia de cualquier nivel de apocalipsis. Nadie ha lanzado ninguna bomba, ningún gran fuego ha chamuscado la tierra.
Sólo terminamos así. Seguimos una progresión natural del pasado al presente. No somos Post-Apocalipsis, somos Post-Ayer.
Sin embargo, una mirada alrededor, y me doy cuenta que debimos haber tenido una especie brutal de Ayer.

Y tal vez a Jaimie no le importaba morir porque sentía que ya estaba muerto. Probablemente prefería la sensación de inmortalidad que le proporcionaba la fama.

La gente podría asumir que me arriesgo y aguanto el escrutinio público porque hay dinero involucrado. No estarían totalmente equivocados. La industria del freak show mueve millones cada año, y se vuelve más lucrativa con el paso del tiempo. Más fama, más atención. Esas cosas no hacen daño. Antes de empezar esto, antes de dividir mi lengua en tres puntas y de hacer que me quitaran los iris y que me extendieran los dedos de los pies, yo era extremadamente pobre y de todas formas siempre sentí que era feo. Ahora soy tan feo que la gente no puede mirar para otro lado y puedo ganar dólares en publicidad.

La Liga de los Ceros podría cumplir con las características Post-Cyberpunk enunciadas por James Patrick Kelly y John Kessel en el libro Rewired: The Post-Cyberpunk Anthology: un flujo de información sensorial, una bien lograda extrapolación, y un héroe que no necesariamente es un hacker, ni un personaje marginado por el sistema: un joven común y corriente que, en un momento brutalmente honesto de la historia, revela toda su humanidad. Jeremy dice que sus historias pertenecen al subgénero Bizarro, enfocado en historias extrañas.

Alguien en la audiencia relacionó las modificaciones corporales en La Liga de los Ceros con las modificaciones corporales en la actualidad: las mujeres que se aplican Botox, se hacen liposucciones y –a diferencia de la historia, donde la chica más sexy es la que no tiene labios– se hinchan los labios inyectándose silicona. Alguien dijo: “la diferencia entre ponerse unos tomates cherry, o un par de siliconas, o unos collares para alargarse el cuello no es mucha”. Finalmente en la historia, al igual que en nuestra sociedad, los personajes se modifican el cuerpo para ser aceptados y reconocidos.

Alguien de la audiencia preguntó: “¿El futuro siempre es decadente en la ciencia ficción?” Y alguien le respondió: “no, el futuro no es decadente. No es que no haya moral, sino que la moral es distinta. En ese futuro tienen otro sistema de valores”.

Y esto se confirma cuando vemos a Jamie en el escenario, a punto de presentar su última modificación corporal. Cuando sabemos que la adulación del público significa que por fin Jamie es alguien importante. Ahora será famoso y lo transmitirán en horario primetime. Curioso que esta es la primera sesión de Descarga registrada por cámaras de televisión. Como si el show de Jamie en realidad estuviera ocurriendo…

Y mientras las cámaras me graban leyendo la historia, es extraño, pero empieza a dolerme un poco la cabeza. Supongo que no es tan fuerte como el dolor que Jaimie tiene que soportar, pero igual me duele, y tengo que quedarme quieto. No me acostumbro a las luces, a sentirme observado, a no poderme equivocar, pero me las arreglo.

Me adapto. Todos lo hacemos.

[Fecha: 4 de Septiembre, 2008]
[Fotos: Nicolás Peñaloza]

Jeremy Robert Johnson nació el 21 de septiembre de 1977. Es un escritor norteamericano que vive y escribe en Portland, Oregon. Fue nominado para el premio Pushcart en 2000, 2002, y 2006, y para el Stoker Awards, la entrega de premios más importante del mundo en el género de terror, por su novela Siren Promised. Tres de sus cuentos han sido traducidos al español: La Liga de los Ceros, Luminary y Nieve, publicados en Agua/Cero: una antología de Proyecto Líquido.
Sobre su libro de cuentos Angel Dust Apocalypse, el escritor Chuck Palahniuk (autor de Fight Club), dijo: “Un escritor deslumbrante. En serio son cuentos asombrosos — y a mí me encantan los cuentos. Como lo mejor de Tobias Wolff. Mientras los leía, hicieron que el tiempo se detuviera. ¡Eso es excelente!”
Jeremy se considera un escritor de ficción Bizarro, género que agrupa autores con tendencias a la experimentación literaria.

Descarga #6: “Rata” por James Patrick Kelly

“Durante mucho tiempo, ‘Rata’ fue mi cuento más famoso. Supongo que parte de su reputación surgió de cómo lo escribí. En 1984, me invitaron al primer Taller de Escritores Sycamore Hill que se realizó en la casa de Mark Van Name en Sycamore Road (Raleigh NC). Llevé el manuscrito terminado de Solsticio y otro sin nombre, un fragmento de cinco páginas de una historia extraña y oscura sobre un traficante de drogas primo de Stuart Little. El taller duró una semana y, si recuerdo bien, ‘Solsticio’ fue criticado el primer día. Entonces me di cuenta que si no dormía, no me bañaba y no comía mucho, tendría una oportunidad de terminar el segundo cuento. Trabajé muchas horas en el sótano de Mark y me las arreglé para subir a tiempo y llevar el manuscrito a la última sesión de críticas.

Les gustó.

A muchas otras personas parece que también les gustó. Ed Ferman lo compró para la edición de Junio de 1886 de Magazine of Fantasy and Science Fiction. Fue finalista del Hugo y el Nebula, aunque perdió ambos. Casi una década después, Ursula LeGuin me dio el gran honor de escoger “Rata” para incluirlo en el libro Norton de la Ciencia Ficción. Lo que pasa con “Rata” es que casi no recuerdo haberlo escrito. Cuando lo martillé estaba poseído y para acabar de ajustar sufría de privación de sueño. Parecía un sueño – sólo que cuando me desperté, estaba saliendo un manuscrito de verdad de la vieja impresora de matriz de puntos. Pero sí recuerdo por qué escribí ‘Rata’. En ese momento, había una disputa literaria entre dos grupos que se conocieron como cyberpunks y humanistas. Lo que pasó fue que un par de escritores/polémicos del cyberpunk decidieron agrupar a sus contemporáneos y empezar a llamarse por estos nombres – “humanista” era un insulto. Yo me negué a que me encasillaran en alguno de los bandos, así que escribí “Solsticio” y “Rata” como sátiras del punto de vista cyberpunk. Pero el chiste se me devolvió; mientras creaba estas historias, me dejé atrapar por el vigor del estilo cyberpunk. Aunque aún puedo leer la última frase de “Rata” como una crítica al héroe estándar cyberpunk, la historia se había salido de mi estrecha visión para seguir su propio camino.

No estoy completamente seguro de cómo ocurrió, pero me alegra que haya sido así.”

James Patrick Kelly sobre “Rata”

En la sexta sesión de Descarga, recibimos a los asistentes con música de fondo de la banda Koyi K Utho, un vaso de té pu-erh, y un volante con la radiografía de una rata que ilustraba el cuento de James Patrick Kelly que íbamos a leer: la historia de un roedor traficante de droga –un polvo tan poderoso que genera un estado de muerte en vida– que se mueve ágil y seguro por las calles de una Nueva York infestada de muertos drogadictos. El cuento, incluído en la antología “Obras Maestras” de Orson Scott Card, fue elegido para hablar del movimiento cyberpunk de los 80s.

Luego de la lectura, a alguien le pareció curioso que el protagonista de la historia fuera una “rata mala”, a diferencia de tantas “ratas buenas” que nos vende el cine y la televisión: dibujos animados como Stuart Little, Remy y Mickey. El protagonista era una especie de rata-humano-mula que cargaba cápsulas de droga en sus intestinos.

Rata había metido el polvo en cuatro cápsulas de plástico que luego se había tragado. A juzgar por el dolor que sentía en las costillas, estaban a punto de entrarle en el duodeno. Todavía quedaba tiempo de sobra. El tren bala llevaba casi dos horas atravesando el vacío del túnel TransAtlántico; pronto llegarían a Autoridad Portuaria/Koch. Lo de la aduana ya estaba arreglado, según el mariscal. Todo lo que Rata tenía que hacer era volver a su nido, cerrar la puerta inteligente una vez dentro y hacer correr la voz por sus redes protegidas. Tenía suficiente Amarillo Argelino para pulverizar al menos la mitad de los cerebelos del East Side. Si el negocio salía bien, sería lo suficientemente rico como para bañarse en Dom Perignon y secarse usando como toallas tapices de Gromaire. Otro pinchazo de dolor le recorrió el costado derecho. Instintivamente, su pata trasera salió del asiento y arañó el aire.

La historia nos llevó a hablar sobre el individualismo producido por la tecnología; un individualismo en el mundo “real” (edificios y unidades cerradas donde difícilmente se conoce al vecino, ascensores que generan interacciones forzadas e incómodas, salones de clase donde las interacciones son obligadas por los trabajos en grupo) constrastado con un colectivismo en el mundo “virtual” (comunidades virtuales, grupos de Facebook y Second Life, salas de chat en Lively). ¿Somos personas diferentes en ambos mundos? Alguien habló de una de esas experiencias Facebook de reencuentro fracasado con viejos compañeros del colegio: mientras en Facebook los perfiles mostraban personas divertidas, sociales y extrovertidas, en persona eran todo lo contrario. Alguien dijo que internet era más impersonal y podrías hacer parte de algo sin comprometerte: si no te gusta algo, te vas y no pasa nada. También hablamos sobre las tecnologías de los 80s que empezaron a hacernos más individualistas: el computador personal, los walkman, los juegos de video…

Y también salió a colación el tema de las drogas. Alguien mencionó las drogas virtuales y el público empezó a escuchar con atención. Drogas (como el i-Doser) que están basadas en la tecnología de binaural beats y se descargan por internet. Alguien del público las ensayó en su casa: las escuchó durante unos minutos y sintió los estados alterados de conciencia que le prometía el archivo. Un médico del público dijo que muy probablemente lo que sintió fue un leve mareo ocasionado por la estimulación de los oídos, órganos responsables del equilibrio del cuerpo. Otros no estaban de acuerdo con él y no podían negar los efectos que tenían audios como HemiSync para sincronizar las ondas cerebrales y estimular la adquisición de habilidades como sueños lúcidos, experiencias por fuera del cuerpo y visión remota.

Es algo que le hubiera evitado a Rata tantos problemas… 

[Fecha: 28 de Agosto, 2008]
[Fotos: Nicolás Peñaloza]

James Patrick Kelly nació en Mineola, New York en 1951. Es un escritor de ciencia ficción ganador de dos Premios Hugo y un Premio Nébula. Enseña y participa frecuentemente en talleres de ciencia ficción como el aclamado Clarion y el Taller de Escritores Sycamore Hill. Ha sido miembro del New Hampshire State Council on the Arts desde 1998 y presidente del consejo en 2004. Sus cuentos han sido traducidos a dieciséis idiomas y ha coeditado con el escritor John Kessel dos antologías importantes para entender dos nuevos subgéneros que surgen en la literatura: “Feeling Very Strange: The Slipstream Anthology” y “Rewired: The Post-Cyberpunk Anthology”.

Descarga #5: “Daisy al Sol” por Connie Willis

La historia de Mike Resnick de la sesión anterior me hizo preocupar por la vejez. Y esta sesión la historia de Connie Willis me hizo preocupar por la vejez del sol. O mejor aún, por el Apocalipsis que ocasionará el sol cuando, antes de cumplir los diez mil millones de años, se caliente y se vuelva miles de veces más brillante, evapore nuestros océanos, derrita la superficie de nuestro planeta y haga que la vida en la Tierra sea imposible. Faltan cinco mil millones de años aproximadamente para que eso ocurra, pero si pasara ahora sería un fenómeno que asustaría a cualquiera. Bueno, a cualquiera menos a Daisy, la protagonista del cuento que leímos en la quinta sesión de Descarga.

Con música de fondo de Flaming Lips, experimentamos por medio de los ojos de Daisy una visión pre y post apocalíptica de un mundo donde el sol se convierte en nova y amenaza la supervivencia de la especie humana. ¿Pero por qué el sol no se había hinchado, ni se había tragado a la Tierra? Tal vez todos estaban equivocados. Tal vez el sol simplemente se había apagado y era la razón por la que caía una nieve cenicienta todo el tiempo. Pero si esto era verdad, la tierra debería estar congelada y… ¿por qué no hacía frío? Daisy no sabía qué pasaba con el sol, pero no le tenía miedo.

—Ha habido cambios en el Sol —dijo su padre—. Ha habido más tormentas solares, demasiadas. Y el Sol libera una cantidad anormal de neutrinos. Son señales de que estallará…
—¿En cuánto tiempo? —preguntó la madre.
—Un año. Cinco años a lo sumo. No se sabe.
—¡Tenemos que impedirlo! —gritó la madre de Daisy, y desde su lugar Daisy levantó la mirada al sol, asombrada por el miedo de su madre.
—No podemos hacer nada —dijo el padre—. Ya ha comenzado.
—No lo permitiré —replicó su madre—. No a mis hijos. No permitiré que suceda. No a mi Daisy. Siempre ha amado el sol.
Al escuchar las palabras de su madre, Daisy recordó algo. Una vieja fotografía, y la inscripción escrita por su madre con tinta blanca en la parte inferior. Era la fotografía de una niñita con traje de baño amarillo, con el pecho plano y el estómago protuberante típico de la edad. Tenía el balde y la pala, y los dedos de los pies hundidos en la arena caliente, entrecerrando los ojos por el resplandor del Sol. Y su madre había escrito en la parte inferior de la foto: “Daisy, al sol”.
El padre le había tomado la mano a la madre y seguía reteniéndola. Había pasado el brazo sobre los hombros de su hermano. Tenían las cabezas bajas, preparadas para el golpe, como si pensaran que iba a caerles encima una bomba.
Daisy pensó: Todos nosotros, dentro de un año o tal vez cinco, seguramente cinco a lo sumo, todos nosotros otra vez niños, calientes y felices, al sol. No lograba tener miedo.

Daisy no lograba tener miedo del sol, pero sí de ella misma. Daisy tenía miedo de crecer.

Era ella misma, que trataba de aplastarse los senos contra el pecho después de que su madre le había dicho que estaba creciendo, que necesitaría usar sujetador. Había tratado de volver a convertirse en la niñita que había sido antes, pero aunque los apretaba con la palma de las manos, seguían estando ahí. Una barrera, imposible de atravesar.

Daisy tenía miedo de crecer, de lo que podían hacerle los hombres, de la menstruación. Su familia le tenía miedo al sol. El hermano, asustado, leía compulsivamente libros sobre el sol. La mamá evitaba el contacto con los neutrinos emitidos por el sol. La abuela buscaba hacer cortinas desesperadamente para tapar la luz del sol. “¿Valdría la pena esconderse del Apocalipsis?” se preguntó uno de los asistentes. Alguien respondió: “Sería absurdo, uno igualmente se va a morir”, y otro dijo: “No, pero miren a la abuela. Ella ponía las cortinas porque eso la hacía sentir útil. Era su forma de hacer algo por evitarlo. La hacía sentir mejor. Era algo psicológico”.

El Apocalipsis puede ser un proceso de liberación de miedos. Más que algo que sucede por fuera, puede ser una forma de inducir cambios internos, una preparación para pasar a otra experiencia y cerrar un ciclo. Es lo que parecía sugerir Daisy…

“¿Pero ustedes que harían en ese caso?” preguntó alguien. Y no hubo más que silencio en la sala.

[Fecha: 21 de Agosto, 2008]

[Fotos: Nicolás Peñaloza]


Connie Willis nació en Denver, Colorado, en 1945. Es una reconocida escritora de ciencia ficción, autora de la novela El libro del día del Juicio Final (ganadora del premio Hugo y Nebula como Mejor Novela de Ciencia Ficción), Los sueños de Lincoln (ganadora del Premio John W. Campbell por Mejor Novela de Ciencia Ficción), Por no mencionar al perro (ganadora del Premio Hugo por Mejor Novela), entre otras novelas y cuentos. Es reconocida como una de las autoras más galardonadas del género: de hecho la semana pasada ganó por décima vez el Premio Hugo con su novella “All Seated on The Ground”. También ha ganado seis veces el Premio Nebula, otros cuantos premios en España e Italia y fue nombrada Mejor Escritor de Ciencia Ficción de los Noventas por la revista LOCUS.
Se describe a sí misma como “político-adicta, adora las películas, House, The Office, Spider-man, P.G. Wodehouse, Shakespeare, Dorothy Parker, el chocolate, y Harrison Ford, no necesariamente en ese orden.”
Fue a la Univerisidad de Northern Colorado, donde recibió un B.A con una doble especialización en Inglés y docencia en primaria. Está casada con Courtney Willis, un profesor de física de esa misma universidad, y tienen una hija, Cordelia, que es científica forense.
Además de escribir, Connie Willis ha enseñado en una cantidad de talleres de escritores como el de SUNY Brockport y el prestigioso Clarion, en Michigan y Seattle. En 1980 tomó la decisión de escribir tiempo completo, y ese mismo año obtuvo su primera nominación al Premio Hugo por “Daisy al sol”, cuento que leímos en la quinta sesión de Descarga Fractal.

Descarga #4: Flores de Invernadero por Mike Resnick

“Mi papá vivió hasta la edad madura de los 89 años. Los últimos dos años de su vida los pasó en una unidad de cuidados intensivos. Cada que lo visitaba, me impresionaba el equipo de enfermería, lo mucho que trabajaban para mantener a sus pacientes cómodos y felices (y, sí, vivos). Cuando establecieron la Seguridad Social, la esperanza de vida promedio en Norteamérica era de 64 años. En la actualidad se acerca a los 80 años. Extrapolen otro siglo de progresos médicos y ya no sabremos cuánto tiempo esperamos vivir. Pero eso no tiene nada que ver con la calidad de vida, simplemente con la duración. Combiné esa idea con mis observaciones sobre el equipo de enfermería, y escribí “Flores de Invernadero”, historia nominada al Hugo en el año 2000.” –– Mike Resnick, para Descarga Fractal #4.

Para “Flores de Invernadero” de Mike Resnick decoramos el espacio con flores, un souvenir para los asistentes, un pequeño recordatorio de una gran historia y una gran conversación. Arcade Fire sonaba de fondo: “Mi cuerpo es una celda/que no me deja bailar con los que amo/pero mi mente tiene la llave…”. La música me recordó a mi abuela en la cama del hospital diciendo de que se la llevaran, que los médicos querían hacerle daño, que la habían amarrado a la cama. Mi abuela tratando de liberarse de su cuerpo. Y en la melancólica voz de Win Butler, mientras cantaba: “Libera mi espíritu/libera mi espíritu/libera mi cuerpo”, yo escuchaba la voz de ella. Ella no quería dejar su cuerpo, sólo liberarse del hospital. Lo que creyera con su mente –la llave de esa celda de 98 años– era un primer paso. Y el más importante, indispensable, era el marcapaso recién implantado en su corazón. Una tecnología que le devolvió a la vida.

Es el tipo de resurrección al que tenemos acceso en 2008.  El cuento “Flores de Invernadero” nos llevó a preguntarnos sobre la ciencia médica y la conservación de la vida dentro de unos cuántos años.

Dentro de unos cuantos años, en este mismo blog, probablemente estaremos hablando sobre la oferta comercial para alargar la vida: clonación y reemplazo de partes del cuerpo, criónica, procedimientos para vivir miles de años tipo SENS, transferencia de la conciencia y comerciales de televisión sobre sesiones de animación suspendida con un 10% de descuento.

En “Flores de Invernadero”, la medicina mantenía con vida a los ancianos casi indefinidamente. Con vida pero en la cama. La medicina se enorgullecía de haber alargado casi un siglo o más la vida de estos ancianos. Pero ellos, como las flores de un invernadero, no podían moverse a voluntad, no podían expresarse, no podían decidir si querían seguir viviendo o no.

“¿Cuánto le cuésta al estado mantener una situación así?” se preguntaba alguien del público. “Con tantos ancianos vivos en esas condiciones, ¿cómo se afecta la productividad?”. Alguien dijo que cuando la gente pierde las capacidades se vuelven objetos. Y que mantenerse con vida en esas condiciones era algo que el anciano no deseaba. Que era, más bien, un deseo de los familiares. Un acto egoísta surgido del apego.

“Es que la medicina es una mezcla de compasión y culpa”, respondió alguien del público. “No lo hacemos por que el otro esté bien sino por el temor de no poder cargar con la culpa de la muerte del otro”.

En la historia, el señor Goldmeier, uno de los ancianos vegetales de la unidad de cuidados especiales, habló. Habló con su voz seca y rasposa, sorprendiendo al enfermero que lo cuidaba. El señor Goldmeier no entendía por qué lo mantenían con vida, sufriendo. Le dijo al enfermero: “He visto cosas terribles, cosas que ningún hombre tendría que ver […] He estado en lugares donde los hombres suplicaban la muerte y enloquecían lentamente cuando ésta no llegaba. El enfermero le preguntó dónde había ocurrido eso, y el señor Goldmeier respondió: “Aquí, en estas salas”.

En general para los asistentes era más importante la calidad de vida que el alargamiento de la vida. Y hubo diversos comentarios al respecto: alguien dijo que prolongar la vida era prolongar el sufrimiento. Alguien dijo, refiriéndose a la industria farmacéutica y a las prótesis, que la inmortalidad es un negocio. Alguien dijo que cada vez hay más ancianos en la sociedad y que los países que tienen las necesidades básicas solucionadas, no tienen hijos. Alguien puso el tema del miedo a la muerte. ¿Hasta dónde nos puede llevar el miedo a la muerte?

“Transferencia de la conciencia”, respondió alguien del público. La posibilidad de transferir la mente, la personalidad o la conciencia a una máquina. Es uno de los temas de los que tanto habla Ray Kurzweil (de quien publicamos una entrevista aquí) y que podría significar el fin de la historia humana. A esto él lo llama la Singularidad Tecnológica y considera que ocurrirá aproximadamente para el 2045. La transferencia de la conciencia significaría la inmortalidad.

Le preguntamos al público si ellos descargarían la conciencia en una máquina y casi todos dijeron que sí. Pensamos en posibilidades: hacer back-ups de uno mismo (como en la novela Tocando Fondo: en el Reino Mágico de Cory Doctorow), vivir en el ciberespacio mientras el cuerpo está en un estado criónico o  dejar el cuerpo físico del todo y vivir para siempre en un mundo virtual (bueno, hasta que a alguien le de por subir de nuevo el back-up).

“¿Pero cómo sería de tediosa la vida si fuéramos inmortales?” se preguntó alguien del público. “La muerte es la que le da sentido a la vida. La muerte es un proceso necesario para darle paso a algo nuevo. Para apreciar más la vida”.

“No sería tediosa” respondió alguien. “Si estuviéramos limitados a estas leyes físicas que conocemos, sí te aburrirías. Pero en un mundo virtual estas leyes cambian, se crean nuevas leyes constantemente… y tu estado emocional no dependería de tu cuerpo sino de tu creatividad”.

Arcade Fire sonaba de fondo: “Aférrate al veneno de tu edad/no lamas tus dedos para voltear las páginas (de la biblia)”. La sesión estaba terminando y las flores en el espacio ya se estaban empezando a secar. Había que poner esas flores en agua o botarlas. Y me quedé pensando en que no importaba qué tanto las cuidara, esas flores, que habían decorado una Descarga sobre la imortalidad, inevitablemente se iban a marchitar.

Mike Resnick nació en Estados Unidos en 1942. Vendió su primera novela de ciencia ficción hace 40 años y sus primeros cuentos muchísimo antes. Según la revista Locus, ha ganado más premios por sus cuentos que cualquier otro escritor, vivo o muerto, y cuando se añaden novelas y libros de no-ficción, queda de cuarto puesto en la lista. Ha ganado 5 Premios Hugo (de 31 nominaciones), un Nebula (de 11 nominaciones) y otra cantidad de premios de países tan diversos como Francia, Japón, España, Croacia y Polonia. Ha participado como Invitado de Honor en unos 30 congresos de ciencia ficción, y ha sido Maestro de Ceremonias en una docena más. Es autor de más de 50 novelas, casi 200 cuentos, y un par de obras de teatro que escribió junto con su esposa Carol, a quien conoció en la Universidad de Chicago y con quien ha estado casado desde 1961. Ambos también escribieron durante más de una década una columna mensual sobre perros pastor de raza pura, actividad en la que es un experto, ya que se dedicó a la cría y presentación de esos animales en exposiciones caninas. En 1962 nació la hija de ambos, Laura, quien también es una popular y galardonada escritora de ciencia ficción y literatura fantástica.  Mike Resnick vive en Cincinnati, Ohio.

[Fecha: 14 de Agosto, 2008]

[Fotos: Nicolás Peñaloza]

“Engoogleados” por Cory Doctorow (el día en que Google se volvió malo)

Cuento bajo licencia Creative Commons (by-nc-sa v.3.0) por Cory Doctorow 2007

Traducción: Marisol y Felixe
Modificación de la traducción: Hernán Ortiz y Viviana Trujillo
Versión original (en inglés): Scroogled
Presentado en Descarga Fractal #3

”Dame seis líneas escritas por el hombre más honorable y encontraré una excusa para colgarlo” — Cardenal Richelieu

”No sabemos suficiente de ti” — Eric Schmidt, CEO de Google

Greg aterrizó en el aeropuerto internacional de San Francisco a las 8 PM, pero para cuando llegó al final de la fila de la aduana ya había pasado la media noche. Salió de primera clase, bronceado, sin afeitar y con las extremidades ágiles después de pasar un mes en la playa de Cabo (buceando tres días a la semana, seduciendo universitarias francesas el resto del tiempo). Cuando dejó la ciudad un mes atrás, había sido un desastre encorvado y panzón. Ahora era un dios de bronce, captando miradas de admiración de las azafatas junto a la cabina.

Después de cuatro horas en la fila de la aduana, había bajado de dios a mortal. Su ligera excitación había desaparecido, el sudor le corría por la espalda, y sus hombros y cuello estaban tan tensos que sentía la espalda como una raqueta de tenis. Hacía rato que se le había descargado el iPod, y esto lo dejaba sin nada que hacer excepto escuchar la conversación de la pareja frente a él.

“Las maravillas de la tecnología moderna”, dijo la mujer, encogiéndose de hombros al ver un letrero cercano: Migración — Tecnología Google.

“¿Eso no iba a empezar el próximo mes?”, el hombre se quitaba y se ponía alternadamente un enorme sombrero.

Googleando en la frontera. Dios. Greg se había retirado de Google seis meses antes, vendiendo sus acciones y tomándose “un tiempo para él” — lo que resultó ser menos gratificante de lo que creía. Lo que más hizo durante los cinco meses siguientes fue arreglar las PC’s de sus amigos, ver TV durante el día y subir 5 kilos de peso, los cuales adjudicaba a estar en casa en vez de estar en el impecable gimnasio 24 horas del Googleplex.

Debió haberlo sospechado, claro. El gobierno de los EEUU había despilfarrado 15 mil millones de dólares en un programa para tomar las huellas digitales y fotografiar a todos los visitantes que entraban por la frontera, y no habían capturado un solo terrorista. Claramente el sector público no estaba equipado para Hacer Bien la Búsqueda.

El oficial del Departamento de Seguridad Nacional tenía bolsas en los ojos y los entrecerraba para leer su monitor, aporreando el teclado con dedos de salchicha. Con razón se estaba tardando 4 horas para salir del jodido aeropuerto.

“Buenas noches” dijo Greg, dándole su pasaporte sudado. El agente gruñó, lo pasó por el lector y observó con detenimiento la pantalla, golpeteando. Mucho. Tenía un poco de comida reseca en la comisura de la boca y sacó la lengua para lamerse.

“¿Qué me dice de junio de 1998?”

Greg levantó la vista de su revista Departures. “¿Perdón?”

“Usted escribió un mensaje en alt.burningman el 17 de junio de 1998 sobre su plan de asistir al festival y preguntó ‘¿de verdad son tan mala idea los hongos?’”

El interrogador del segundo cuarto de inspección era un hombre mayor, tan delgado que parecía haber sido tallado en madera. Sus preguntas fueron más allá de los hongos.

“Hábleme de sus aficiones, ¿le gusta el modelismo de cohetes?”

“¿Qué?”

“Modelismo de cohetes”

“No”, dijo Greg, “no me interesa”. Intuyó por dónde iba la cosa.

El hombre anotó algo, hizo algunos clics. “Mire, pregunto porque veo un fuerte pico en los anuncios de proveedores de cohetes junto a sus resultados de búsqueda y su correo Google”.

Greg sintió un espasmo en su interior. “¿Está revisando mis búsquedas y mi correo?” Él no había tocado un teclado en el último mes pero sabía que lo que ponía en la barra de búsquedas era más revelador que lo que le decía a su psiquiatra.

“Señor, cálmese por favor. No, no estoy viendo sus búsquedas”, dijo el hombre en un quejido burlón. “Eso sería anticonstitucional. Sólo vemos los anuncios que aparecen cuando lee su mail y hace búsquedas. Tengo un folleto explicativo. Se lo daré cuando terminemos con esto”.

“Pero los anuncios no significan nada”, balbuceó Greg. “¡Me llegan anuncios de ringtones de Ann Coulter cada vez que recibo mails de un amigo en Coulter, Iowa!”

El hombre asintió con la cabeza. “Entiendo señor, y es por eso que estamos hablando. ¿Por qué supone que los anuncios de modelismo de cohetes aparecen tan frecuentemente?”

Greg repasó en su memoria. “Okay, haga esto, busque ‘fanáticos del café’”. Él había sido muy activo en el grupo, ayudándoles a construir el sitio para su servicio de suscripción del Café del Mes. La mezcla que iban a lanzar se llamaba Gasolina para Avión. “Gasolina para Avión” y “lanzamiento” — eso seguramente hacía que Google mostrara un par de anuncios de modelismo de cohetes.

Estaban en la recta final cuando el hombre tallado encontró las fotos de Halloween. Estaban en la tercera página de los resultados de búsqueda de ‘Greg Lupinski’.

“Fue una fiesta con el tema de la guerra del golfo”, dijo, “en Castro, el barrio gay”.

“¿Y usted se disfrazó de…?”

“Bombardero suicida”, contestó, apenado. Pronunciar esas palabras lo hicieron retorcerse.

“Venga conmigo, señor Lupinski”, dijo el hombre.

Cuando finalmente lo liberaron ya eran más de las 3 de la mañana. Sus maletas estaban abandonadas junto a la banda transportadora. Las recogió y observó que las habían abierto y cerrado bruscamente. Había ropa asomándose por las orillas.

Cuando llegó a la casa descubrió que todas sus estatuas precolombinas falsas estaban rotas y su camisa mexicana nueva de algodón blanco tenía encima una huella de bota que no podía significar algo bueno. Su ropa ya no olía a México, olía a aeropuerto.

No iba a dormir. No había forma. Tenía que hablar de esto. Sólo había una persona que lo entendería. Afortunadamente ella solía estar despierta a esta hora.

Maya había empezado a trabajar en Google dos años después que Greg. Fue ella quien lo convenció de ir a México luego de vender sus acciones: A cualquier lado, había dicho ella, donde él pudiera reiniciar su existencia.

Maya tenía dos labradores chocolate gigantes y una muy paciente novia llamada Laurie que soportaba todo excepto ser arrastrada en Dolores Park a las 6 de la mañana por 170 kilos de caninos babosos.

Maya sujetó su gas de autodefensa mientras Greg trotaba hacia ella, luego reaccionó y abrió los brazos, soltando las correas y reteniéndolas bajo su tenis. “¿Dónde está el resto de ti? ¡Oye, te ves súper-bien!”

Él también la abrazó, y de repente fue conciente de su olor después de una noche de Googleo invasivo. “Maya”, le dijo, “¿qué sabes de Google y el Departamento de Seguridad Nacional?”.

Ella se tensó inmediatamente él hizo la pregunta. Uno de los perros empezó a chillar. Ella observó a su alrededor y señaló con la cabeza hacia las canchas de tenis. “Ahí arriba en el poste de luz, no voltees”, dijo ella. “Ése es uno de nuestros puntos de acceso del WiFi municipal. Una cámara con buenos ángulos. No la encares cuando hables”.

En el gran esquema de las cosas, no le había costado mucho a Google llenar la ciudad de webcams. Especialmente cuando se comparaba con la habilidad de mostrarle anuncios a la gente basados en el lugar donde estaban sentados. Greg no había puesto mucha atención cuando las cámaras en todos esos puntos de acceso se volvieron públicas — un día hubo una blogtormenta mientras la gente experimentaba con el nuevo juguete que lo veía todo, haciendo zoom en varias zonas frecuentadas por putas; pero después de un tiempo la emoción se extinguió.

Sintiéndose tonto, Greg murmuró, “¿es en serio?”.

“Ven conmigo”, dijo ella, dándole la espalda al poste.

A los perros no les gustó que su paseo terminara tan pronto y mostraron su descontento en la cocina mientras Maya hacía café.

“Negociamos con el Departamento de Seguridad Nacional”, dijo ella, alcanzando la leche. “Acordaron dejar de entrometerse en nuestros registros de búsqueda y nosotros acordamos permitirles ver qué anuncios se les mostraban a los usuarios”.

Greg sintió un malestar. “¿Por qué? No me digas que Yahoo ya lo estaba haciendo…”

“No, no. Bueno, sí. Yahoo lo estaba haciendo. Pero esa no fue la razón por la que Google tomó la decisión. Ya sabes, los republicanos odian a Google. Estamos abrumadoramente registrados como demócratas, así que hacemos lo que podemos para hacer las paces con ellos antes de que nos acaben. Esto no es IIP” — Información para Identificar Personas, el smog tóxico de la era de la información— “son sólo metadatos, sólo es ligeramente maligno”.

“Entonces ¿por qué toda la intriga?”

Maya suspiró y abrazó al labrador que reposaba la cabeza en su rodilla. “Los agentes son como ladillas. Se meten por donde sea. Se aparecen en nuestras reuniones. Es como estar en algún ministerio soviético. Y la acreditación de seguridad — estamos divididos en dos bandos: los limpios y los sospechosos. Todos sabemos quién no está limpio, pero no sabemos por qué. Yo estoy limpia. Es una suerte para mí, ser lesbiana ya no te descalifica. Ninguna persona limpia se dignaría a almorzar con un inlimpiable”.

Greg se sintió muy cansado. “Entonces creo que tuve suerte al salir vivo del aeropuerto. Pude haber terminado ‘desaparecido’ si las cosas hubieran salido mal ¿no?”

Maya lo observó intensamente. Él esperaba una respuesta.

“¿Qué?”

“Voy a decirte algo, pero no puedes ni repetirlo, ¿ok?”

“Emm… no estás en un grupo terrorista, ¿cierto?”.

“Nada tan simple. La cosa es ésta: El escrutinio aeroportuario del Departamento de Seguridad Nacional funciona como una compuerta. Permite que los agentes refinen sus criterios de búsqueda. Una vez que te separan para una segunda inspección en la aduana, te vuelves una ‘persona de interés’ — y nunca te dejarán en paz. Rastrearán tu cara y tu forma de caminar en las webcams. Leerán tu correo. Monitorearán tus búsquedas”.

“Creí que habías dicho que la corte no lo permitiría…”

“La corte no dejaría que te Googlearan indiscriminadamente, pero una vez que estás en el sistema se vuelve una búsqueda selectiva. Completamente legal. Y una vez que comienzan a Googlearte, siempre encuentran algo. Todos tus datos se van a un gran depósito que busca ‘patrones sospechosos’ utilizando la desviación de las normas estadísticas para encontrarte”.

Greg sintió que iba a vomitar. “¿Cómo carajos sucedió esto? Google era un buen sitio. ‘No ser malos’, ¿cierto?” Ése era el lema corporativo, y para Greg, había sido en gran parte el motivo por el que había llevado su doctorado en ciencia computacional de Stanford directamente hacia Mountain View.

Maya contestó con una gran sonrisa. “¿No ser malos? Vamos Greg, nuestro grupo de cabildeo es el mismo grupo de cripto-fascistas que intentó volcarle el barco a Kerry. Sacamos a relucir nuestra malicia hace mucho tiempo”.

Se quedaron en silencio un minuto.

“Comenzó en China”, dijo ella finalmente. “Cuando movimos hacia allá nuestros servidores entraron bajo la jurisdicción china”.

Greg suspiró. Él conocía muy bien el alcance de Google: Cada vez que visitabas una página con anuncios Google o usabas los mapas de Google o el correo de Google —incluso si enviabas correo a una cuenta de Gmail— la compañía diligentemente guardaba tu información. Recientemente, el software de optimización de búsqueda había empezado a usar los datos para ajustar las búsquedas web a cada individuo. Resultó ser una herramienta revolucionaria para los publicistas. Un gobierno autoritario hubiera tenido otros propósitos en mente.

“Nos estaban usando para construir perfiles de gente”, continuó ella. “Cuando querían arrestar a alguien, acudían a nosotros para encontrar una razón para detenerlo. Difícilmente algo de lo que puedes hacer en la red no es ilegal en China”.

Greg sacudió su cabeza. “¿Por qué tenían que poner los servidores en China?”

“El gobierno dijo que si no lo hacíamos nos bloquearían. Y Yahoo estaba ahí”. Ambos hicieron un gesto. En algún momento los empleados de Google se habían obsesionado con Yahoo, y se preocupaban más por lo que hacía la competencia que por el desempeño de su propia compañía. “Así que lo hicimos. Pero a muchos de nosotros no nos gustó la idea”.

Maya dio un sorbo a su café y bajó la voz. Uno de sus perros husmeaba insistentemente bajo la silla de Greg.

“Casi de inmediato los chinos nos pidieron que empezáramos a censurar los resultados de búsqueda”, dijo Maya. “Google estuvo de acuerdo. La postura de la compañía era para morirse de la risa: ‘No somos malos — ¡estamos dando a los clientes una mejor herramienta de búsqueda! Si les mostráramos resultados a los que no pueden acceder, sólo los frustraríamos. Eso sería una mala experiencia de usuario”.

“¿Ahora qué?” Greg apartó al perro. Maya se ofendió.

“Ahora tú eres una persona de interés, Greg. Estás Googleacosado. Ahora vives tu vida con alguien observándote constantemente por encima del hombro. Conoces su misión, ¿verdad? ‘Organizar toda la información del mundo’. Todo. Dale cinco años y sabremos cuántos mojones había en tu sanitario antes de vaciar. Combina eso con sospechas automáticas de alguien que tiene el patrón estadístico de un chico malo y ya estás–”

“Engoogleado”.

“Completamente”, asintió ella.

Maya se llevó a ambos labradores por el pasillo hacia la habitación. Él escuchó una discusión ahogada con su novia, y ella volvió sola.

“Puedo arreglar esto”, dijo ella en un susurro urgente. “Después de que los chinos comenzaron a acorralar a la gente, mis compañeros y yo hicimos que nuestro proyecto del 20 por ciento fuera joderlos”. (Entre las innovaciones del modelo de negocios de Google, había una regla que requería que cada empleado le dedicara el 20 por ciento de su tiempo a proyectos intelectuales privados.) “Lo llamamos el Googlelimpiador, entra a lo profundo de la base de datos y te normaliza estadísticamente. Tus búsquedas, tus histogramas de Gmail, tus patrones de navegación. Todo de ti. Greg, te puedo Googlelimpiar. Es la única forma”.

“No quiero que te metas en problemas”.

Ella sacudió su cabeza. “Ya estoy condenada. Cada día desde que construí la maldita cosa ha sido tiempo prestado — ahora sólo es cuestión de esperar a que alguien señale mi experiencia e historia al Departamento de Seguridad Nacional y, ay, no sé. Lo que sea que le hacen a la gente como yo en la guerra de los sustantivos abstractos”.

Greg recordó el aeropuerto. La búsqueda. Su camisa, la huella de bota en el centro.

“Hazlo”, dijo.

El Googlelimpiador funcionó de maravilla. Greg lo supo por los anuncios que aparecían junto a sus búsquedas, anuncios claramente dirigidos a alguien más: Datos Sobre Diseño Inteligente, Título de Seminarista en línea, Una Mañana Libre de Terror, Software Para Bloquear Porno, la Agenda Homosexual, Boletos Baratos Para Toby Keith. Éste era el programa de Maya haciendo su labor. Claramente la nueva búsqueda personalizada de Google lo tenía clasificado como alguien completamente diferente, un derechista temeroso de Dios con cierta preferencia por los actos de sombrero.

Lo cual le parecía perfecto.

Entonces entró a su libreta de direcciones y se percató que faltaba la mitad de sus contactos. Su buzón de Gmail estaba hueco, como si lo hubieran atacado las termitas. Su perfil de Orkut normalizado. Su calendario, fotos familiares, marcadores: completamente vacíos. No era tan conciente de cuánto de él había migrado a la web y se había encaminado hacia la torre de servidores de Google — su identidad en línea completa. Maya lo había restregado hasta sacarle brillo; se había vuelto el hombre invisible.

Greg aplastó con sueño las teclas del laptop junto a su cama, prendiendo la pantalla. Entrecerró los ojos para ver el reloj de la barra de herramientas: ¡4:13 AM! Dios, ¿quién puede estar tocando la puerta a esta hora?

Gritó “¡Voy!” con voz apagada y se puso una bata y pantuflas. Caminó arrastrando los pies por el corredor, encendiendo las luces mientras pasaba. Echó un vistazo por la mirilla de la puerta y vio a Maya entristecida.

Quitó las cadenas, abrió la cerradura y jaló la puerta. Maya se apresuró a entrar, los perros y la novia iban detrás.

Estaba empapada en sudor, su pelo usualmente peinado caía en mechones sobre su frente. Se restregó los ojos, los tenía rojos y entrecerrados.

“Empaca una maleta”, dijo con voz ronca.

“¿Qué?”

Ella le agarró los hombros. “Hazlo”, dijo.

“¿A dónde quieres…?”

“México, probablemente. Todavía no lo sé. Maldita sea, empaca”. Cruzó hacia su habitación y comenzó a abrir los cajones.

“Maya”, dijo tajantemente, “no voy a ningún lado hasta que me digas qué está sucediendo”.

Ella se quedó mirándolo y se apartó el pelo de la cara. “El Googlelimpiador vive. Después de limpiarte lo desactivé y me fui. Era muy peligroso seguir usándolo. Pero todavía está activo para enviarme notificaciones por correo cuando alguien lo ejecuta. Alguien lo usó seis veces para limpiar tres cuentas específicas — y resulta que pertenecen a miembros del Comité de Senadores de Comercio que buscan la reelección”.

“¿Los de Google están ensuciando senadores?”

“Google no. Viene de afuera. El bloque de IPs está registrado en Washington. Y todas las IPs son de usuarios de Gmail. Adivina de quién son esas cuentas de Gmail”.

“¿Espiaste cuentas de Gmail?”

“Ok. Sí. Vi su mail. Todo el mundo lo hace de vez en cuando y por razones mucho peores que las mías. Pero mira — resulta que toda esta actividad la está dirigiendo nuestra firma de cabildeo. Sólo hacen su trabajo, defendiendo los intereses de la compañía”.

Greg sintió su pulso latiendo en la sien. “Debemos avisar a alguien”.

“No servirá. Saben todo sobre nosotros. Pueden ver cada búsqueda. Cada correo. Cada vez que aparecemos en las webcams. Quién está en nuestra red social… ¿sabías que si tienes 15 amigos en Orkut es estadísticamente seguro que estés a menos de tres pasos de alguien que haya contribuido con dinero a una causa ‘terrorista’? ¿Recuerdas el aeropuerto? Te espera más de lo mismo”.

“Maya”, dijo Greg, recuperando la cordura. “¿Irse a México no te parece exagerado? Sólo renuncia. Podemos empezar desde cero o algo. Esto es una locura”.

“Vinieron a verme hoy”, dijo ella. “Dos de los oficiales políticos del Departamento de Seguridad Nacional. Tardaron horas. Y me hicieron muchas preguntas pesadas”.

“¿Sobre el Googlelimpiador?”

“Sobre mis amigos y familia. Mi historial de búsquedas. Mi historia personal”.

“Dios mío”.

“Me estaban dando un mensaje. Están observando cada clic y cada búsqueda. Es hora de partir. El momento de quedar fuera de su alcance”.

“Hay una oficina de Google en México, ¿sabes?”.

“Tenemos que irnos”, dijo ella firmemente.

“Laurie, ¿qué piensas de esto?”, preguntó Greg.

Laurie palmeó a los perros entre los omóplatos. “Mis padres dejaron Alemania del Este en 1965. Solían hablarme de la Stasi. La policía secreta ponía toda tu información en tu expediente, si decías un chiste antipatriótico, lo que fuera. Si lo planearon o no, lo que ha creado Google no es diferente”.

“Greg, ¿vienes?”

Observó a los perros y sacudió la cabeza. “Me quedan algunos pesos”, dijo. “Tómenlos. Tengan cuidado, ¿ok?”

Parecía que Maya lo iba a golpear. Calmándose, le dio un abrazo feroz.

“Cuídate tú”, le susurró al oído.

Llegaron por él una semana después. En casa, a media noche, justo como él había imaginado que lo harían.

Pasadas las 2 AM dos hombres llegaron a su puerta. Uno se detuvo junto a la puerta en silencio. El otro era más sonriente, pequeño y arrugado, tenía un saco sport con una mancha en una solapa y una bandera estadounidense en la otra. “Greg Lupinski, tenemos razones para creer que está violando el Acta de Fraude y Abuso Computacional”, dijo como presentación. “Específicamente, al exceder el acceso autorizado y por medio de tal conducta haber obtenido información. Diez años para la primera ofensa. Resulta que lo que usted y su amiga hicieron a sus registros de Google califica como un crimen. Ah, y lo que va a salir durante el juicio… para empezar, será todo lo que ha borrado de su perfil”.

Greg había repetido esta escena en su cabeza durante la semana. Había planeado todo tipo de cosas valientes para decir. Lo mantuvo ocupado mientras esperaba noticias de Maya. Ella nunca llamó.

“Me gustaría contactar a un abogado”, es todo lo que alcanzó a decir.

“Puede hacerlo”, dijo el hombre pequeño. “Pero quizás podamos llegar a un mejor acuerdo”.

Greg encontró su voz. “Quiero ver su placa”, tartamudeó.

La cara de basset-hound del hombre se iluminó mientras dejaba salir una risita perpleja. “Amigo, no soy policía”, replicó. “Soy consultor. Google me contrató —mi firma representa sus intereses en Washington— para establecer relaciones. Claro que no involucraríamos a la policía sin antes haber hablado con usted. Usted es parte de la familia. De hecho, tengo una oferta que me gustaría hacerle”.

Greg se volvió hacia la cafetera y desechó el filtro viejo.

“Le avisaré a los medios”, dijo.

El hombre asintió con la cabeza como si reflexionará sobre el asunto. “Bien, seguro. Puede entrar a la oficina del Chronicle en la mañana y soltar todo. Ellos buscarán una fuente para confirmarlo. No van a encontrarla. Y cuando traten de buscarla, los encontraremos. Así que, amigo, ¿por qué no me escucha hasta el final, bueno? Estoy en el negocio de ganar-ganar. Soy muy bueno en eso”. Hizo una pausa. “Por cierto, estos son granos excelentes, pero ¿no quiere enjuagarlos primero? Quita algo de lo amargo y hace surgir los aceites. A ver, ¿me pasa un colador?”.

Greg observó mientras el hombre se quitaba silenciosamente su chaqueta y la colgaba sobre una silla de la cocina, luego se desabotonó los puños y cuidadosamente se arremangó la camisa, deslizando un reloj digital barato en su bolsillo. Vació los granos del molino en el colador y los enjuagó en el fregadero.

Él era algo robusto y muy pálido, con la gracia social de un ingeniero eléctrico. Parecía un verdadero Googlero, realmente obsesionado con los detalles. También sabía arreglárselas con el molino de café.

“Estamos reclutando un equipo para el Edificio 49…”

“No hay Edificio 49, dijo Greg automáticamente.

“Claro”, dijo el tipo, mostrando fugazmente una sonrisa tensa. “No hay Edificio 49. Pero estamos armando un equipo para reconstruir el Googlelimpiador. El código de Maya no era muy eficiente, ¿sabe? Lleno de errores. Necesitamos una nueva versión. Usted sería el indicado y si regresa no nos importa lo que ya sabe”.

“Increíble”, dijo Greg, riendo. “Si creen que voy a ayudarlos a embarrar candidatos políticos a cambio de favores, están más locos de lo que pensaba”.

“Greg”, dijo el hombre, “no estamos embarrando a nadie. Sólo limpiaremos un poco algunas cosas. Para algunos elegidos. ¿Sabe a lo que me refiero? El perfil de cualquiera es medio tenebroso si se inspecciona de cerca. Inspección cercana es la orden del día en la política. Ser candidato es como una colonoscopia pública”. Cargó la cafetera y presionó el pistón, su cara deformada en una concentración solemne. Greg cogió dos tazas de café —tazas Google, claro— y las pasó.

“Vamos a hacer con nuestros amigos lo que Maya hizo por usted. Sólo una pequeña limpieza. Lo único que deseamos es proteger su privacidad. Es todo”.

Greg tomó su café. “¿Qué pasa con los candidatos que no limpian?”.

“Sí”, dijo el tipo, mostrando a Greg una débil sonrisa. “Sí, tiene razón. Será algo duro para ellos”. Buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó varias hojas de papel dobladas. Las alisó y las puso sobre la mesa. “Éste es uno de los tipos buenos que necesita nuestra ayuda”. Era una copia impresa del historial de búsqueda de un candidato a cuya campaña Greg había contribuido en las tres elecciones pasadas.

“El tipo regresa a su hotel después de un día brutal de hacer campaña de puerta en puerta, enciende su laptop y escribe ‘culos sabrosos’ en su barra de búsqueda. Gran cosa, ¿no? Desde nuestro punto de vista, que eso descalifique a un hombre bueno para servir a su país es simplemente no americano”.

Greg asintió lentamente.

“Entonces, ¿ayudará al tipo?” preguntó el hombre.

“Sí”.

“Bien. Hay algo más. Necesitamos su ayuda para encontrar a Maya. Ella no entendió para nada nuestros objetivos y parece que se fugó. Cuando nos escuche no dudo que regresará”.

Volteó a ver el historial de búsqueda del candidato.

“Supongo que regresará”, contestó Greg.

El nuevo congreso se tomó once días hábiles para aprobar la Ley de Aseguramiento y Enumeración de Comunicaciones e Hipertexto de América, la cuál autorizaba al Departamento de Seguridad Nacional y a la Agencia Nacional de Seguridad para subcontratar hasta el 80 por ciento del trabajo de análisis e inteligencia a contratistas privados. En teoría los contratos estaban abiertos a licitación, pero dentro de los confines seguros del Edificio 49 de Google no había duda sobre quién ganaría. Si Google hubiera gastado $15 mil millones en un programa para atrapar maleantes en la frontera, puedes apostar que los habrían atrapado — los gobiernos no están equipados para Hacer Bien La Búsqueda.

La mañana siguiente, Greg se revisó cuidadosamente mientras se afeitaba (a los de seguridad no les gustó la barba de hacker y no tuvieron miedo de decírselo), dándose cuenta que hoy era su primer día como un agente de inteligencia de facto para el gobierno de los Estados Unidos. ¿Qué tan malo podría ser? ¿No era mejor tener a Google haciendo esto que a algún jinete de escritorio con puños de jamón del Departamento de Seguridad Nacional?

Para cuando se había estacionado en el Googleplex, entre los autos híbridos y los atestados racks para bicicletas, ya se había convencido a sí mismo. Estaba meditando sobre qué tipo de smoothie orgánico pedir en el comedor, cuando su tarjeta no abrió la puerta del Edificio 49. El LED rojo parpadeaba estúpidamente cada vez que la deslizaba. En cualquier otro edificio habría gente entrando y saliendo, y hubiera podido colarse. Pero los Googleros en el 49 sólo salían para comer y a veces ni siquiera para eso.

Deslizar, deslizar, deslizar. De repente escuchó una voz a su lado.

“Greg, ¿podemos hablar?”

El hombre arrugado le puso un brazo alrededor de los hombros y Greg olió su loción cítrica. Olía como la que usaba su maestro de buceo en Baja cuando salían a los bares en la noche. Greg no podía recordar su nombre. ¿Juan Carlos? ¿Juan Luis?

El brazo del hombre en sus hombros era firme y lo apartaba de la puerta hacia el césped inmaculado, pasando junto al jardín de hierbas afuera de la cocina. “Le vamos a dar un par de días libres”, dijo.

Greg sintió una punzada repentina de ansiedad. “¿Por qué?” ¿Había hecho algo mal? ¿Iba a ir a la cárcel?

“Es Maya”. El hombre lo giró y lo miró a los ojos con una mirada sin fondo. “Se suicidó. En Guatemala. Lo siento, Greg”.

Greg parecía despegar y ascender hacia un lugar a kilómetros de distancia, una vista Google Earth del Googleplex, donde él volteaba hacia abajo y se veía a sí mismo y al hombre arrugado como un par de puntos, dos pixeles, diminutos e insignificantes. Deseó arrancarse el pelo, caer de rodillas y llorar.

Desde muy lejos se escuchó decir, “No necesito ningún día libre. Estoy bien”.

Desde muy lejos escuchó al hombre arrugado insistir.

La discusión continuó largo rato, luego los dos pixeles entraron al Edificio 49 y la puerta se cerró tras ellos.

Descarga Fractal #3: Engoogleados por Cory Doctorow

“Me deleita escuchar que Engoogleados se va a leer en Colombia, país que visité y me dejó profundamente impresionado […] Esta historia fue encargada por la revista Radar, que quería un cuento sobre “el día en que Google se volvió malo”. Creo que estaban pensando en una compañía que cambió su mandato, pero yo pienso que la maldad es una cosa mucho más incremental y solapada que se infiltra y luego impregna una empresa”. – Cory Doctorow, para “Descarga Fractal”

¿Qué pasaría si Google se volviera malo? La revista Radar le hizo esa pregunta a Cory Doctorow y el resultado fue “Scroogled”, cuento que leímos ayer en la tercera sesión de Descarga Fractal. Esta vez la música de fondo estuvo a cargo del colectivo UNKLE y su álbum War Stories (Historias de Guerra), música que resultó ser muy apropiada: la guerra fue uno de los temas más tratados en la sesión. La guerra como generadora de tecnología. Como impulsadora de progreso científico. Guerra y poder y privacidad y corporaciones y paranoia y el papel de la tecnología en todo esto.

¿Quién regula la información? ¿El gobierno? ¿Una corporación? ¿Y qué puede hacer Google con la información que ingresamos en su motor de búsqueda? ¿Con los mensajes de IM? ¿Con los correos que enviamos desde Gmail? Surgieron preguntas y planteamos escenarios futuros: el día en que las corporaciones sean el gobierno (los corporaciones como para-estados, como lo planteaba en los 80s Bruce Sterling y William Gibson), el día en que el gobierno declare que no compartir información es un acto antipatriótico, el día en que nadie pueda esconder secretos porque está geolocalizado y etiquetado y rastreado, el día en que Google pida la información genética como requisito para abir una cuenta con ellos y el día en que esta misma información sea olbigatoria en la cédula de ciudadanía.

Esta última especulación nos llevó al video “Google is Watching You”, sugerido por alguien del público.

“¿Leyeron el contrato de Gmail cuando abrieron su cuenta?”, preguntó alguien. Con una fuente pequeña, poco amigable de leer, y un formato plano y laborioso… ¿existen personas que lo lean? “No el de Gmail”, le respondieron, “pero yo leí el de Facebook. Todas las fotos que uno monta a Facebook son propiedad de Facebook. Ellos pueden utilizarlas como les de la gana”.

Los contratos son aburridos. Deberían ser videos animados y entretenidos que la gente pudiera disfrutar. Pero, ¿valdrá la pena criticar a Google y a Facebook cuando ya no podemos vivir sin ellos? “Toda mi vida está en Gmail”, “ya he intentado salirme de Facebook tres veces”, “a mi me inventaron que me iba a casar y tuve que explicarle a mi novia antes de que viera”, fueron algunos comentarios del público. Algunos somos Googleadictos: le hacemos preguntas al motor de búsqueda todos los días, incluso en medio de una conversación (para ver si lo que nos están diciendo es verdad), y revisamos la popularidad de nuestros proyectos por medio del ranking de Google. Y Facebook-adictos. Alguien del público, como si estuviera en un proceso de rehabilitación, dijo: “llevo tres semanas sin Facebook”… ¿en cuánto tiempo recaerá?

Entre las consecuencias negativas inherentes a Facebook está la pérdida de la voluntad: fotos vergonzosas, comentarios delatores, ingeniosos apodos de colegio de los que te habías logrado deshacer. Y esto lleva al concepto de la doble moral. ¿Por qué no quiero que eso se publique? ¿Estoy eforzándome por crear una imagen falsa? ¿En todas mis fotos tengo que estar sonriendo? Por otro lado, alguien mencionó que poner toda tu información en Facebook te podría convertir en una persona secuestrable. Esa misma persona dijo que tenía varias cuentas en Facebook, una para cada faceta de su personalidad. Y alguien le dijo: “internet es tan privado como uno quiera, uno decide lo que pone ahí”.

Pero si uno no es una persona digna de secuestrar, su vida no es tan interesante y no puede recordar passwords difíciles, ¿vale la pena ser tan paranoico con la información personal? “Proteger la información no es tanto para evitar que la vean sino porque pueden ‘ensuciarte'”, dijo alguien del público. Pero con el incremento de webcams en las calles, el uso cotidiano del GPS, la geolocalización por medio de chips RFID o Bluetooth, es difícil que no sepamos que mientras el criminal estaba en el sótano de su casa haciéndose pasar por mí, yo en realidad estaba jugando fútbol con mi sobrino.

Es una de las visiones de David Brin (científico y escritor de ciencia ficción), que en sus libros y charlas sobre La Sociedad Transparente dice que la intimidad, tal y como la conocemos, va a desaparecer. Brin dice que cualquier intento por parte de los ciudadanos de proteger su intimidad frente a los gobiernos y las empresas es inútil, así que hay que armarse (de tecnología) para que “todo el mundo pueda ver”.

Algunos estaban de acuerdo y otros no con la idea de una Sociedad Transparente, donde se sepa todo sobre los demás. Algunos estaban de acuerdo y otros no con la filosofía de Google. Pero tal vez no se trata de lo que Google o Facebook pueda decirnos sobre los demás, sino lo que pueda decirnos sobre nosotros mismos. Como decía el narrador de Engoogleados: “sabía que lo que ponía en la barra de búsquedas era más revelador que lo que le decía a su psiquiatra”.

Engoogleados se puede leer aquí.

[Foto: Bart Nagel]
[Fecha: 31 de Julio, 2008]
[Bio: Craphound]

Biografía del autor:

Cory Doctorow es el autor de “Engoogleados”, y más recientemente de la novela Little Brother y la colección de cuentos Overclocked. Ha hecho tantas cosas que es mejor dejarlo a él contar su biografía:
Hola, soy Cory Doctorow, y como cualquier otra persona con un sitio personal, el mío está horriblemente, terriblemente desactualizado. Estoy revisando esta biografía el 1 de enero de 2006. Si han pasado más de seis meses desde entonces, puedes asumir que la mayor parte de esto no es válido y no deberías utilizarlo en el programa de una conferencia o en un artículo de un diario. Mándame un email y te enviaré algo un poco más actualizado.
Hago un montón de cosas: Soy un activista, escritor, blogger, conferencista y un individuo involucrado con la tecnología.
Escribo novelas de ciencia ficción. Hasta el momento he publicado cuatro: Tocando Fondo en el Reino Mágico (2003), Eastern Standard Tribe (2004), Someone Comes to Town, Someone Leaves Town (2005), y una colección de historias cortas (A Place So Foreign and Eight More, 2003). Estas novelas se venden bien, han ganado premios y han sido publicadas por Tor Books (las novelas) y por Avalon Books (la colección). También son gratuitas en internet como una descarga publicada bajo una licencia de Creative Commons. Pueden ser compartidas libremente y, en algunos casos, mezcladas o traducidas y vendidas en países en vías de desarrollo.
Creo que vivimos en una era en la que cualquier cosa que pueda ser expresada en bits, será. Creo que los bits existen para ser copiados. Así mismo, creo que cualquier modelo de negocio que dependa de que tus bits no sean copiados es simplemente tonto, y que los legisladores que intentan evitarlo son como los gobiernos que gastan fortunas en proteger a la gente que insiste en vivir cerca de los volcanes activos. Trato de hallar maneras de usar el copiado para hacer más dinero y está funcionando: Reclutar a mis lectores como evangelistas de mi trabajo y darles libros gratis para que los distribuyan hace que se vendan más libros. Como dice Tim O’Reilly: Mi problema no es la piratería, es el oscurantismo. Lo mejor de todo es que liberar ebooks me enseña cómo hacer dinero sin restringir la copia de los bits. Es una situación en la que todos ganamos.
Escribo otras cosas: Estoy en revistas como Wired, Popular Science y MAKE. Hago trabajos como freelancer para periódicos como el New York Times, y contribuyo para un montón de sitios web, como Salon. También soy coautor de un libro de no ficción llamado: “The Complete Idiot’s Guide to Publishing Science Fiction (2000), con Karl Schroeder.
Soy Coeditor de Boing Boing, un blog muy popular acerca de tecnología, cultura y política. Mis tres coeditores y yo publicamos para cerca de 1.7 millones de lectores únicos al día (dato del 1 de Enero del 2006), y somos el blog más enlazado en internet, de acuerdo a Technorati. Es tan divertido como puede ser: Escribo lo que quiero y juego con ideas que terminan convirtiéndose en artículos y en libros.
Del 2002 al 2006, fui Director de los asuntos Europeos para la Electronic Frontier Foundation /EFF), una institución sin ánimo de lucro que busca la libertad en las leyes tecnológicas, en política y en los estándares. Trabajé en las Naciones Unidas, en organizaciones de estándares, en gobiernos y en universidades y organizaciones sin ánimo de lucro para agitar, para balancear el acercamiento a las leyes del copyright que no coarten el derecho fundamental de la gente a la privacidad, a la libre expresión de las ideas y a objetivos semejantes. Me retiré de EFF después de trabajar con ellos 4 años, en enero del 2006, para enfocarme más en la escritura, pero permanezco como un agregado de la Electronic Frontier Foundation y he seguido trabajando de cerca con mis colegas de ahí.
He trabajado en diversos páneles de directores y de grupos de consejeros, incluyendo el de Participatory Culture Foundatios, el Open Rights Group, la MetaBrainz Foundation Technorati, Inc, Onion Networks y otras; también en el comité de conferencias para la O’Reilly Emerging Technology Conference. Soy co-fundador de la compañía P2P de código abierto llamada OpenCola, la cual fue vendida a OpenText en 2003.
Nací en Toronto, Canadá, el 17 de Julio de 1971. Viví ahí hasta los 29 años, con excepción de un breve periodo en Baja California, México y en el norte de Costa Rica. Mis padres son maestros de escuela Trotskistas: Mi madre se retiró recientemente de la educación de niños pequeños y mi padre se retiró como maestro de ciencias de la computación. Desde una edad muy temprana, mi padre me puso en contacto con la ciencia ficción y con las computadoras, y nunca tuve la menor duda de que mi vida estaría llena de ambas cosas. Aprendí a escribir en el teclado antes que a mano (lo cual explica mi pésima letra), y he pasado la mayor parte de mi vida detrás de un teclado. Tengo un hermano maravilloso, Neil, y una fantástica cuñada: Tara Lee.

Descarga Fractal #2: “The Awakening”, Masters of Science Fiction

The Awakening, segundo episodio de la serie Masters of Science Fiction del canal ABC, presentada por Stephen Hawking. La música de fondo estuvo a cargo de los mexicanos Austin TV y su album Fontana Bella.

La historia generó diversas reacciones. Por un lado, algunos asistentes criticaron los elementos recurrentes en la ciencia ficción para cine y televisión que se incluyen en este episodio: el presidente de los Estados Unidos, los científicos tipo Mulder y Scully, una astrofísica bonita. Y se generó la pregunta: ¿la ciencia ficción puede seguir siendo entretenida para el gran público sin estos elementos? Otra pregunta surgió por el lado metafísico: ¿puede llegar el día en que los hombres descubran que no hay diferencias entre ellos y se unan como civilización? La mitad de los asistentes estaba convencida que ese día nunca iba a llegar, que el hombre era violento y territorial por naturaleza, como lo demostraba la historia. La otra mitad estaba convencida que ese día sí podía llegar, y no dieron argumentos lógicos, pero hablaron desde la intuición, un argumento válido, considerando la historia que habíamos visto.

[Fecha: 24 de Julio, 2008]
[Foto: Nicolás Peñaloza]


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HERNÁN ORTIZ. Co-fundador de encuentro Fractal y Proyecto Líquido. Trabajo con historias. E-mail: hernan (arroba) proyectoliquido.net
Twitter: @hernanpl

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