Modificaciones corporales útiles: regla tatuaje, imanes implantados, gafas-piercing

Recordé La Liga de los Ceros mientras leía un post en Technovelgy.

La Liga de los Ceros es un cuento escrito por Jeremy Robert Johnson, donde los personajes –Hombre-Ensalada, garganta traslúcida, la chica-sin-labios, y Jamie, que planea sacarse el cerebro y meterlo en una caja para llevarlo a todas partes– experimentan con sus propios cuerpos por medio de las modificaciones corporales.

En Technovelgy muestran unas “modificaciones corporales útiles” que además de satisfacer estéticamente a sus portadores, tienen una utilidad especial: la regla tatuaje, inventada en México por Mikey, un diseñador y constructor de circuitos impresos cuyo tatuaje en el antebrazo le evita la búsqueda constante de una regla; los imanes implantados debajo de la piel, que le dan a su portador la capacidad de sentir campos electromagnéticos, un sexto sentido — Shannon Larrat, editor de la revista BMEzine probó los implantes y dijo que estaba muy feliz con ellos, que entendía los riesgos que implicaban y los peligros aún desconocidos, pero que “la experiencia de desarrollar otro sentido (o al menos, un pseudo-sentido que extiende mi habilidad para “tocar” de forma diferente) ha sido muy emocionante e iluminadora, no quisiera dejarla”; y las gafas-piercing, un diseño inventado por James Sooy y Oliver Gibson que elimina la necesidad de sostener las gafas con las orejas — curioso que el apellido de uno de los diseñadores también sea Gibson: William Gibson en Neuromante se imaginó unas gafas insertadas quirúrjicamente para su personaje Molly: también liberaban sus orejas de esa ardua labor… y sellaban las cuencas de sus ojos. Según Technovelgy, entre los primeros trabajos de ciencia ficción que hablaba sobre modificaciones corporales útiles e implantes decorativos está la novela Babel 17, escrita por Samuel R. Delany y publicada en 1968.

(Fuente: Technovelgy)
(Foto: BMEzine)

Demonios biométricos – la trilogía de Philip Pullman inspira nuevas tecnologías

Los animales demonio acompañan a la gente a donde vayan, son representaciones físicas de su alma. Y se mueren si los separan de su dueño. Eso ocurre en el mundo imaginado por el escritor de literatura fantástica Philip Pullman… y pronto ocurrirá en nuestro mundo.

Inspirados por la trilogía de novelas La Materia Oscura (cuya primera parte, La Brújula Dorada, se adaptó a cine el año pasado), investigadores de las universidades Northumbria -la psicóloga Pamela Briggs- y Newcastle -el científico de la computación Patrick Olivier- están trabajando en dispositivos que funcionen como alternativas a passwords, cédulas, números Pin, para mantener seguros detalles personales y cuentas — “demonios” biométricos del tamaño de una tarjeta de crédito que contengan toda la información personal, con la seguridad de autenticación de los sistemas biométricos y siguiendo la característica de los animales demonio de la novela de Pullman.

El Dr. Olivier le dijo a Journal Live:

La tarjeta reconocerá a su propio dueño por medio de métodos como la forma en que camina, su huella dactilar y su voz, los cuales son aspectos únicos. Todos los datos serán almacenados en la tarjeta. No los tendría el Gobierno y otras organizaciones, lo cual solucionaría muchos de los miedos que la gente asocia a las tarjetas de identificación. Si el demonio está “feliz” de estar con su dueño, puede ser usado para, por ejemplo, retirar dinero de una máquina o acceder a un edificio. En el momento en que al demonio lo alejen de su dueño, lo notará, se pondrá “triste” y hará alguna señal, un ruido, o algo similar. No podrá ser usado y eventualmente morirá si no vuelve a estar con su dueño. Esto va a prevenir el robo de datos valiosos y el uso de estos datos por las personas equivocadas. Para actividades diferentes el nivel de certeza del demonio tiene que ser diferente. Por ejemplo, para retirar poco dinero de una cuenta bancaria sólo bastaría un nivel de seguridad, como el reconocimiento de la forma de caminar. Para cantidades mayores de dinero, o asuntos donde la seguridad es más importante, se necesitarían niveles extra para funcionar, como el reconocimiento de la huella dactilar”.

Los investigadores también dicen que ya existe la tecnología para fabricarlos y que lo único que falta reducir el tamaño para que sea tan grande como una tarjeta de crédito.

(Fotografía: IGN)

¡El Phoenix Lander aterriza en Marte!

© Corby Waste, NASA Jet Propulsion LaboratoryMientras escribo esto, el Phoenix Lander está enviando señales desde la zona ártica marciana: fotografías de paneles solares que desplegaron correctamente (sin los cuales la sonda se hubiera quedado sin energía eléctrica) y fotografías de la superficie marciana. Siguen diez días de pruebas (a los sistemas de energía eléctrica y termales, al brazo robótico, a la transmisión de datos científicos), y una vez terminada esta fase, el Phoenix Lander cavará en la superficie de marte en busca de hielo y de alguna señal de vida microbiana. Empezará los análisis con el laboratorio de la sonda (que incluye cámaras estéreo 3D, microscopios ópticos, espectrómetro de masas, un laboratorio de química húmeda, un microscopio electrónico y una estación meteorológica), transmitirá los resultados del análisis, y volverá a cavar para extraer más muestras y analizarlas.

Pero por ahora celebremos el aterrizaje. Fue casi perfecto: sólo medio grado por fuera del eje. Y a diferencia de las predicciones de los técnicos, nunca se perdió la señal cuando la sonda generó plasma caliente durante la desaceleración atmosférica. Imagino que ya los científicos de la NASA podrán relajarse un poco (esta vez, como es tradición, les dieron maní… pero con cáscara, para que calmaran los nervios desgranando) y dejar atrás el fantasma del Mars Polar Lander, con el que se perdió la comunicación justo cuando entró en la atmósfera marciana en 1998.

Leo en NewScientist que el descubrimiento de hielo en Marte podría significar que el planeta ha mantenido una habitabilidad periódica hasta hoy, algo posible si el planeta cambia periódicamente de inclinación como resultado de los jalones gravitacionales de Júpiter. Y que esos tambaleos serían la causa de que a veces el permafrost septentrional se derritiera y humedeciera el suelo.

(Fuente: Wired)

(Imágen: © Corby Waste, NASA Jet Propulsion Laboratory)

Recuerdos del futuro: ciencia ficción y el experimento del CERN

Recuerdos del Futuro - Robert J. Sawyer (La Factoría de Ideas)Luego de la crónica del físico John Idárraga, ¿qué tal algo de ficción especulativa? Como invitado tenemos al canadiense Robert J. Sawyer con un capítulo de su novela de 1999 Recuerdos del Futuro, donde el autor se adelantó al experimento del CERN con el Large Hadron Collider e imaginó inesperadas consecuencias para la humanidad.

Esta es la descripción de la novela:

El equipo de investigación de Lloyd Simcoe y Theo Procopides está empleando el acelerador de partículas del laboratorio del CERN de Suiza en un proyecto secreto. Pero su experimento sale terriblemente mal y, durante un par de minutos, la conciencia de toda la raza humana es arrojada veinte años hacia el futuro.
Mientras la humanidad debe restañar los catastróficos efectos inmediatos del experimento, las implicaciones más serias tardan algo en aparecer. Aquellos que no recibieron visiones del porvenir tratan de descubrir cómo morirán. Otros buscan ya a sus futuros amantes. Lloyd deberá superar la culpabilidad por haber provocado accidentalmente la muerte de la hija de su prometida, mientras Theo se ve atrapado en la investigación de su propio asesinato.
A medida que las verdaderas consecuencias de lo sucedido comienzan a hacerse claras, la presión para repetir el experimento aumenta sin cesar. Todos quieren un destello del futuro, una oportunidad para saltar y ser testigo de su éxito… o para aprender a evitar sus errores.

Y este es el primer capítulo, cortesía de La Factoría de Ideas.

***

PRIMER DÍA: MARTES 21 DE ABRIL DE 2009

Un corte en el espaciotiempo…

El edificio de control del gran colisionador de hadrones (o LHC, por sus siglas en inglés) del CERN era nuevo; su construcción había sido autorizada en 2004 y terminada dos años más tarde. La instalación encerraba un patio central, inevitablemente bautizado como “el núcleo”. Todas las oficinas tenían una ventana que daba o bien al núcleo o bien al resto del extenso campus del CERN. El cuadrángulo que rodeaba este corazón era de dos plantas, pero los ascensores principales disponían de cuatro paradas: las dos de los niveles sobre el suelo; la del sótano, que albergaba las calderas y los almacenes; y la del nivel menos cien metros, que comunicaba con la plataforma del monorraíl empleado para recorrer la circunferencia de veintisiete kilómetros del túnel del colisionador. El propio túnel discurría bajo los campos de labranza, la periferia del aeropuerto de Ginebra y las colinas del Macizo Jura.

El muro sur del pasillo principal del edificio de control estaba dividido en diecinueve largas secciones, cada una decorada con un mosaico obra de artistas de los países miembros del CERN. El de Grecia mostraba a Demócrito y el origen de la teoría atómica; en el de Alemania aparecía la vida de Einstein; el de Dinamarca hacía lo propio con Niels Bohr. Pero no todos los mosaicos representaban temas de Física. El francés mostraba el horizonte de París, y el italiano un viñedo con miles de amatistas pulimentadas, representando cada una de las uvas.

La propia sala de control del LHC era un cuadrado perfecto, con amplias puertas deslizantes situadas en el centro exacto de dos de sus lados. El cuarto tenía una altura de dos plantas y la mitad superior estaba cerrada con cristal, de modo que los grupos turísticos pudieran observar los trabajos; el CERN ofrecía visitas públicas de tres horas los lunes y sábados, a las nueve de la mañana y a las dos de la tarde. Colgaban de las paredes bajo estos ventanales las diecinueve banderas de los estados miembros, cinco por paramento; el vigésimo puesto lo ocupaba la enseña azul y oro de la Unión Europea.

La sala de control contenía decenas de consolas. Una estaba dedicada a operar los inyectores de partículas y controlaba el comienzo de los experimentos. Junto a ella había otra con un lado inclinado y diez monitores que escupían los resultados de los detectores ALICE y CMS, los enormes sistemas subterráneos que registraban y trataban de identificar las partículas producidas por los experimentos del LHC. Las pantallas de una tercera consola mostraban porciones del túnel subterráneo y su suave curvatura, con el perfil “I” del monorraíl colgando del techo.

Lloyd Simcoe, un investigador canadiense, estaba sentado en la consola del inyector. Tenía cuarenta y cinco años, era alto y estaba bien afeitado. Sus ojos eran azules, y el cabello castaño, de corte militar, parecía tan oscuro que casi podía considerarse moreno (salvo en las sienes, donde empezaba a encanecer).

Los físicos de partículas no eran conocidos por su esplendor en el vestir, y hasta hacía poco Lloyd no había sido una excepción. Pero, hacía algunos meses, había aceptado donar todo su guardarropa a la sucursal en Ginebra del Ejército de Salvación, dejando que su prometida le comprara ropa nueva. Para ser sinceros, el nuevo vestuario era un poco ostentoso para su gusto, pero tenía que admitir que nunca había tenido tan buen aspecto. Aquel día llevaba una camisa beige de vestir, una chaqueta perlada, pantalones marrones con bolsillos exteriores y, en un guiño a la moda tradicional, zapatos italianos de cuero negro. También había adoptado un par de símbolos universales de posición, que además añadían un toque de color local: una estilográfica Mont Blanc, que guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta, y un reloj suizo analógico de oro.

Sentada a su derecha, en la consola de detectores, estaba el cerebro detrás de aquel cambio, su prometida, la ingeniera Michiko Komura. Tenía treinta y cinco, diez años menos que Lloyd, nariz respingona y un lustroso pelo negro cortado al estilo masculino, la moda del momento.

Tras ella se encontraba Theo Procopides, el compañero de investigación de Lloyd. Con veintisiete años, era dieciocho más joven que el canadiense. Más de un bromista había comparado al maduro y conservador Simcoe y a su exuberante colega griego con el equipo de Crick y Watson. Theo tenía el pelo oscuro, espeso y rizado, ojos grises y una mandíbula fuerte y prominente. Casi siempre vestía vaqueros rojos (a Lloyd no le gustaban, pero prácticamente nadie con menos de treinta años seguía usando vaqueros azules) y una de sus infinitas camisetas con personajes de dibujos animados de todo el mundo; hoy había elegido al venerable Piolín. Otra decena de científicos e ingenieros se situaba en las consolas restantes.

Ascendiendo por el cubo…

Salvo por el suave zumbido del aire acondicionado y de los ventiladores del equipo, la sala de control estaba en silencio absoluto. Todo el mundo estaba nervioso y tenso tras un largo día de preparativos para aquel experimento. Lloyd echó un vistazo al cuarto y lanzó un profundo suspiro. Su pulso estaba acelerado y sentía un hormigueo en el estómago.

El reloj de la pared era analógico; el de su consola, digital. Los dos se acercaban a toda prisa a las diecisiete horas (que para Lloyd, a pesar de llevar dos años en Europa, seguían siendo las 5:00 pm).

Era director del grupo de casi mil físicos que empleaba el detector ALICE (siglas en inglés de “Un experimento de colisión de iones pesados”). Theo y él habían pasado dos años diseñando aquella colisión de partículas en especial, dos años para realizar un trabajo que podría haber tomado dos vidas. Estaban intentando recrear niveles de energía que no habían existido desde el nanosegundo posterior al Big Bang, cuando la temperatura del universo había sido de 10.000.000.000.000.000 grados. En el proceso esperaban detectar el santo grial de la física de alta energía, el largamente buscado bosón de Higgs, la partícula cuya interacción dotaba de masa a las demás. Si el experimento funcionaba, el bosón, y el Nóbel que sin duda correspondería a sus descubridores, estarían en sus manos.

Todo el ensayo había sido automatizado y sincronizado. No había ninguna enorme palanca que bajar, ningún botón que pulsar escondido detrás de una pantalla deslizante. Sí, Lloyd había diseñado y Theo codificado los módulos básicos del programa de aquel experimento, pero ahora todo lo controlaba el ordenador.

Cuando el reloj digital alcanzó las 16:59:55, Lloyd comenzó la retrocuenta en voz alta.

—Cinco.

Miró a Michiko.

—Cuatro.

Ella le devolvió la sonrisa para animarlo. Dios mío, cómo la quería.

—Tres.

Desvió su atención al joven Theo, el wunderkind, el joven prodigio que Lloyd siempre había querido ser, mas sin éxito.

—Dos.

Theo, siempre altanero, le mostró el puño cerrado con el pulgar hacia arriba.

—Uno.

Dios mío, por favor…, pensó Lloyd. Por favor.

—Cero.

Y entonces…

Y entonces, de repente, todo varió.

Se produjo un cambio inmediato en la iluminación: la pálida luz de la sala de control fue reemplazada por la del sol, filtrada a través de una ventana. Pero no hubo ajuste ni molestia, y las pupilas de Lloyd no se contrajeron. Era como si siempre hubiera estado acostumbrado a aquella luz más brillante.

Pero no era capaz de controlar sus actos. Quería mirar alrededor, ver lo que sucedía, mas sus ojos se movían por voluntad propia.

Estaba en la cama, al parecer desnudo. Podía sentir las sábanas de algodón deslizándose por su piel al incorporarse sobre un codo. Al mover la cabeza alcanzó a vislumbrar brevemente las ventanas del dormitorio, que al parecer pertenecían a la segunda planta de una casa de campo. Veía árboles y…

No, eso no podía ser. Aquellas hojas eran fuego gélido, pero hoy era veintiuno de abril… primavera, no otoño.

Su visión siguió moviéndose y, de repente, con lo que debería haber sido un sobresalto, comprendió que no estaba solo en la cama. Había alguien más con él.

Se encogió.

No, no era cierto. No reaccionó físicamente en modo alguno; era como si su mente se hubiera divorciado del cuerpo. Pero sintió que se encogía.

La otra persona era una mujer, pero…

¿Qué demonios estaba pasando?

La mujer era mayor, arrugada, de piel traslúcida y cabello de gasa blanca. El colágeno que una vez había llenado sus pómulos se había aposentado como carúnculas en la boca, una boca ahora risueña, con las comisuras de la sonrisa perdidas entre arrugas perennes.

Lloyd trató de alejarse de la bruja, pero su cuerpo se negó a cooperar.

¿Qué demonios está sucediendo, Dios mío?

Era primavera, no otoño.

Salvo que…

Salvo que, por supuesto, se encontrara en el hemisferio sur. Transportado, de algún modo, desde Suiza hasta Australia…

Pero no. Los árboles que había vislumbrado a través de la ventana eran arces y álamos; tenía que estar en Norteamérica o Europa.

Su mano se alzó. La mujer vestía una camisa azul, pero no era la parte superior de un pijama. Tenía charreteras abotonadas y varios bolsillos: ropa “de aventura” fabricada en algodón, del tipo de L. L. Bean o Tilley, lo que una mujer práctica usaría para hacer jardinería. Lloyd notó cómo sus dedos acariciaban el tejido, sintiendo su suavidad, flexibilidad. Y entonces…

Y entonces sus yemas encontraron el botón, duro, plástico, calentado por el cuerpo de ella, traslúcido como la piel. Sin vacilación, los dedos lo apresaron, lo sacaron y lo deslizaron a un lado del ojal. Antes de que la prenda se abriera, la mirada de Lloyd, aún actuando por propia iniciativa, se alzó de nuevo al rostro de la mujer, observando unos pálidos ojos azules cuyos iris mostraban un halo de anillos blancos incompletos.

Sintió tensarse sus propias mejillas al sonreír. Su mano se deslizó dentro de la camisa, encontrando el seno. De nuevo quiso apartarse, alejando la mano. El pecho era blando y arrugado, y la piel que lo cubría no era firme, como una fruta pasada. Los dedos se apretaron, siguiendo los contornos del seno hasta encontrar el pezón.

Lloyd sintió una presión en la ingle. Durante un horrible momento pensó que estaba teniendo una erección, pero no era así. Lo que sucedió fue que, de repente, se produjo una sensación de plenitud en la vejiga; tenía que orinar. Retiró la mano y vio cómo las cejas de la mujer se alzaban inquisitivas. Lloyd sintió alzarse y bajar sus propios hombros. Ella le sonrió de forma cálida, comprensiva, como si fuera lo más natural del mundo, como si siempre tuviera que excusarse en los prolegómenos. Los dientes de la mujer eran ligeramente amarillos, el sencillo color de la edad, pero por lo demás estaban en perfecto estado.

Al fin su cuerpo hizo lo que él había estado deseando: se alejó de la mujer. Sintió malestar en la rodilla al girarse, un pinchazo agudo. Le dolía, pero lo ignoró. Sacó las piernas de la cama y apoyó los pies con suavidad en el suelo de madera. A medida que se alzaba, vio una mayor parte del mundo más allá de la ventana. Era media mañana o media tarde, y la sombra de cada árbol se derramaba sobre el contiguo. Un pájaro había estado descansando en una de las ramas, pero se asustó por el repentino movimiento en el dormitorio y alzó el vuelo. Era un petirrojo, el zorzal grande de Norteamérica, no el pequeño del Viejo Mundo; no había duda de que estaba en los Estados Unidos o en Canadá. De hecho, aquello se parecía mucho a Nueva Inglaterra; le encantaban los colores del otoño en Nueva Inglaterra.

Se descubrió moviéndose lentamente, casi como si arrastrara los pies sobre el suelo. Comprendió entonces que aquella habitación no estaba en una casa, sino en una cabaña. El mobiliario era la mezcla habitual de una residencia de vacaciones. Al menos reconoció la mesilla: baja, de aglomerado, con papel pintado en la superficie superior a imitación de la madera. Era un mueble que había comprado de estudiante, y que había terminado colocando en el cuarto de invitados de la casa de Illinois. ¿Pero qué hacía allí, en aquel lugar extraño?

Siguió su camino. La rodilla derecha le dolía a cada paso, y se preguntó qué le pasaba. De una pared colgaba un espejo; el marco era de pino nudoso, cubierto con un barniz transparente. Contrastaba con la “madera” más oscura de la mesilla, claro, pero…

Dios.

Dios mío.

Por propia voluntad, los ojos contemplaron el espejo al pasar y se vio a sí mismo…

Durante medio segundo pensó que era su padre.

Pero era él. El pelo que le quedaba en la cabeza era totalmente gris, y el del pecho blanco. La piel estaba suelta y arrugada, y su paso era un cojeo.

¿Podía ser la radiación? ¿Podía haberlo expuesto el experimento? ¿Podía…?

No. No, no era eso. Lo sabía en sus huesos, en sus huesos artríticos. No era eso.

Era un anciano.

Era como si hubiera envejecido veinte años o más, como si…

Dos décadas de vida desaparecidas, borradas de su memoria.

Quiso gritar, aullar, protestar por la injusticia, por la pérdida, exigir satisfacción al universo…

Pero no podía hacer nada de todo aquello; no tenía el control. Su cuerpo prosiguió su lento y doloroso arrastrar hasta el baño.

Al girarse para entrar en el mismo, devolvió la mirada a la mujer en la cama, ahora incorporada sobre un costado, con la cabeza apoyada en un brazo y una sonrisa traviesa, seductora. Alcanzó a ver el destello dorado en el dedo corazón de la mano izquierda. Ya era malo dormir con una anciana, pero estar casado con ella…

La puerta lisa de madera estaba entreabierta, pero extendió un brazo para abrirla por completo; por el rabillo del ojo divisó la otra alianza en su propia mano.

Y entonces comprendió. Aquella bruja, la extraña, la mujer a la que no había visto nunca antes, aquella que no se parecía en absoluto a su amada Michiko, era su esposa.

Quiso volver a mirarla, tratar de imaginarla décadas más joven, reconstruir la belleza que antaño podría haber sido, pero…

Pero entró en el baño, se giró para encararse con el inodoro, se inclinó para levantar la tapa y…

…y de repente, de forma increíble, asombrosa, Lloyd Simcoe sintió el alivio de estar de vuelta en el CERN, en la sala de control del LHC. Por algún motivo, se había derrumbado en su silla de vinilo. Se incorporó y se alisó la camisa hasta arreglarla.

¡Qué alucinación más increíble! Habría consecuencias, por supuesto: se suponía que allí estaban totalmente protegidos, que había un centenar de metros de tierra entre ellos y el anillo del colisionador. Pero había oído que las descargas de alta energía podían causar alucinaciones; sin duda, eso era lo que había sucedido.

Lloyd tardó un instante en orientarse. No había habido transición entre el aquí y el allí: ningún fogonazo ni destello, ninguna sensación de aturdimiento ni problemas de audición. Estaba en el CERN y, de repente, se encontraba en otro lugar durante, ¿dos minutos, quizá? Y ahora, del mismo modo, se encontraba de vuelta en la sala de control.

Por supuesto, nunca se había marchado. Por supuesto, todo era una ilusión. Michiko parecía atónita. ¿Lo había estado observando durante su alucinación? ¿Qué había estado haciendo? ¿Sacudirse como un epiléptico? ¿Moverse en su lugar, como si acariciara un seno invisible? ¿O simplemente se había derrumbado en su silla, cayendo inconsciente? De ser así, no podía haber perdido el conocimiento mucho tiempo (nunca los dos minutos que había percibido), pues en caso contrario Michiko y los demás estarían ahora mismo sobre él, comprobando su pulso y desabrochándole el cuello de la camisa. Observó el reloj analógico: de hecho, habían pasado dos minutos de las cinco de la tarde.

Entonces miró a Theo Procopides. La expresión del joven griego era menos tensa que la de Michiko, pero parecía tan alerta como Lloyd, observando a todos los presentes, desviando la mirada en cuanto alguno se la devolvía.

Lloyd abrió la boca para hablar, aunque no estuviera seguro de lo que quería decir. La cerró en cuanto oyó un gemido procedente de la puerta abierta más cercana. Era evidente que Michiko también lo había oído; los dos se incorporaron al mismo tiempo. Ella estaba más cerca de la puerta y, para cuando Lloyd llegó, la mujer ya se encontraba en el pasillo.

—¡Dios mío! —decía—. ¿Estás bien?

Uno de los técnicos, Sven, trataba de ponerse en pie. Se cubría con la mano derecha la nariz, que sangraba profusamente. Lloyd corrió de vuelta a la sala de control, soltó el botiquín de primeros auxilios de su enganche en la pared y volvió a toda prisa. El material se encontraba en una caja blanca de plástico; la abrió y comenzó a desenrollar la gasa.

Sven habló en noruego, pero se detuvo tras unos instantes y repitió en francés.

—D-debo de haberme desvanecido.

El corredor estaba cubierto de duras baldosas, y Lloyd podía ver un rastro de sangre en el lugar en que el rostro de Sven había caído. Le pasó la gasa y el noruego asintió a modo de agradecimiento mientras la apretaba contra su nariz.

—Qué locura —dijo—. Fue como quedarme dormido de pie —emitió una pequeña risa—. Incluso tuve un sueño.

Lloyd sintió cómo sus cejas se enarcaban.

—¿Un sueño? —repitió, también en francés.

—Totalmente vívido —respondió Sven—. Estaba en Ginebra, en Le Rozzel. —Lloyd la conocía bien; una crêperie de estilo bretón en la Gran Rue—, pero era como algo de ciencia ficción. Había coches flotando sin tocar el suelo, y…

—¡Sí, sí! —era una voz de mujer, pero no como respuesta a Sven. Procedía del interior de la sala de control—. ¡A mí me sucedió lo mismo!

Lloyd regresó a la sala, débilmente iluminada.

—¿Qué sucedió, Antonia?

Una fuerte italiana había estado hablando a otros dos de los presentes, pero ahora se volvía hacia Lloyd.

—Era como si, de repente, estuviera en otro lugar. Parry dice que a él le ha ocurrido lo mismo.

Michiko y Sven se encontraban ahora en el umbral, justo detrás de Lloyd.

—A mí también —añadió Michiko, al parecer aliviada por no estar sola en todo aquello.

Theo, que se había acercado a Antonia, fruncía el ceño. Lloyd lo observó.

—¿Y tú, Theo?

—Nada.

—¿Nada?

Theo negó con la cabeza.

—Debemos haber quedado todos inconscientes —dijo Lloyd.

—Yo, desde luego, sí —replicó Sven. Apartó la gasa de la cara y se tocó para comprobar si había dejado de sangrar. No era así.

—¿Cuánto tiempo estuvimos fuera? —preguntó Michiko.

—Yo… ¡Dios! ¿Qué hay del experimento? —preguntó Lloyd. Corrió hacia la estación de control de ALICE y presionó un par de teclas.

—Nada —anunció—. ¡Mierda!

Michiko exhaló defraudada.

—Debería haber funcionado —siguió Lloyd, golpeando la consola con la palma de la mano—. Deberíamos tener el Higgs.

—Bueno, algo sucedió —respondió Michiko—. Theo, ¿no viste nada mientras los demás teníamos… teníamos visiones?

Theo negó con la cabeza.

—Absolutamente nada. Supongo… supongo que perdí el sentido. Excepto que no hubo negrura. Estaba observando a Lloyd realizar la retrocuenta: cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. Después se produjo un corte, ya sabes, como en las películas. De repente Lloyd estaba derrumbado en su asiento.

—¿Me viste caer?

—No, no: Es como he dicho: estabas ahí sentado, y de repente te vi tirado, sin movimiento intermedio. Creo… supongo que perdí el sentido. Antes de que comprendiera que te pasaba algo, ya te estabas incorporando, y…

De repente, el sonido de una sirena partió el aire, un vehículo de emergencias de alguna clase. Lloyd salió a toda prisa de la sala de control, con todo el personal detrás. El cuarto al otro lado del pasillo disponía de ventana. Michiko, que había llegado primero, ya estaba levantando el estor veneciano, dejando que entrara el sol que presagiaba el ocaso. Se trataba de un vehículo anti-incendios del CERN, uno de los tres presentes en las instalaciones. Rodaba por el campus, dirigiéndose al edificio principal de administración.

Parecía que la nariz de Sven había dejado de sangrar; sostenía la gasa sanguinolenta a un costado.

—Es posible que alguien más se haya caído —dijo.

Lloyd lo observó.

—Utilizan los coches de bomberos tanto para los primeros auxilios como para los incendios —explicó el noruego.

Michiko comprendió las implicaciones de lo que Sven sugería.

—Debemos comprobar todos los despachos, para asegurarnos de que todo el mundo está bien.

Lloyd asintió y volvió al pasillo.

—Antonia, examina a todos los presentes en la sala de control. Michiko, llévate a Jake y a Sven y ve por ahí. Theo y yo nos encargaremos de esta zona. —Sintió una breve punzada de culpabilidad al prescindir de Michiko, pero de momento tenía que asimilar lo que había visto, lo que había experimentado.

En la primera estancia en la que él y Theo entraron había una mujer en el suelo; Lloyd no recordaba su nombre, pero trabajaba en relaciones públicas. El monitor plano frente a ella mostraba el familiar escritorio tridimensional del Windows 2009. Seguía sin sentido, y por la herida de la frente estaba claro que había caído hacia delante y se había golpeado la cabeza con el borde metálico de la mesa. Lloyd hizo lo que había visto en incontables películas: tomó la mano izquierda de la mujer con su derecha, sosteniendo la muñeca hacia arriba mientras la golpeaba suavemente con la otra mano, para que despertara.

Lo que, al final, hizo.

—¿Dr. Simcoe? —preguntó, observando a Lloyd—. ¿Qué ha sucedido?

—No lo sé.

—Tuve ese… ese sueño —dijo—. Estaba en una galería de arte, en algún sitio, contemplando un cuadro.

—¿Se encuentra bien?

—N-no lo sé. Me duele la cabeza.

—Podría tener una conmoción. Debe ir a la enfermería.

—¿Qué son todas esas sirenas?

—Camiones de bomberos —una pausa—. Mire, tenemos que marcharnos. Podría haber otros heridos.

La mujer asintió.

—Estoy bien.

Theo ya seguía su marcha por el pasillo. Lloyd dejó el despacho y lo siguió. Superó a su compañero, que atendía a otro caído. El corredor giró a la derecha, y Lloyd se introdujo en la nueva sección. Llegó a la puerta de un despacho que se abrió en silencio al acercarse, pero la gente en el interior parecía estar bien, hablando animadamente de las distintas visiones experimentadas. Había tres personas presentes, dos mujeres y un hombre. Una de las primeras reparó en Lloyd.

—Lloyd, ¿qué ha ocurrido? —preguntó en francés.

—Aún no lo sé —replicó en la misma lengua—. ¿Está todo el mundo bien?

—Estamos bien.

—No pude evitar escucharos —dijo Lloyd—. ¿Los tres también tuvisteis visiones?

Tres asentimientos.

—¿Eran de un realismo vívido?

La mujer que aún no había hablado señaló al hombre.

—La de Raoul no. Él tuvo una especie de experiencia psicodélica —dijo, como si fuera lo único que cabía esperar del estilo de vida de Raoul.

—Yo no diría exactamente “psicodélica” —replicó éste, sintiendo la necesidad de defenderse. Su cabello rubio era largo y sano, y lo llevaba recogido en una perfecta coleta—. Pero, desde luego, no era realista. Había un tipo con tres cabezas, y…

Lloyd asintió, cortando la descripción.

—Si estáis todos bien, venid con nosotros. Hay algunos heridos por lo que sea que haya sucedido. Tenemos que encontrar a cualquiera que esté en problemas.

—¿Por qué no llamamos por el intercomunicador para que todos se reúnan en el vestíbulo? —preguntó Raoul—. Entonces podremos contarnos y ver quién falta.

Lloyd comprendió que aquello era totalmente lógico.

—Seguid buscando; hay quien podría necesitar atención inmediata. Yo iré a la entrada. —Salió del despacho mientras los otros se levantaban y salían al pasillo. Lloyd tomó el camino más corto hacia la entrada, dejando atrás los distintos mosaicos. Cuando llegó, parte del personal administrativo atendía a uno de los suyos, que al parecer se había roto el brazo al caer. Otra persona se había escaldado con su propia taza de café hirviendo.

—¿Qué ha sucedido, Dr. Simcoe? —preguntó un hombre.

Lloyd empezaba a cansarse de la pregunta.

—No lo sé. ¿Puede encender la MP?

El hombre lo contemplaba. Era evidente que Lloyd usaba algún americanismo que el tipo no entendía.

—La MP —dijo Lloyd—, la megafonía pública.

El hombre seguía con la mirada perdida.

—¡El intercom!

—Oh, claro —dijo con un inglés endurecido por el acento alemán—. Por aquí —condujo a Lloyd hasta una consola y pulsó varios botones. Lloyd tomó una delgada vara de plástico con un micrófono en la punta.

—Aquí el Dr. Simcoe —podía oír su propia voz rebotada desde los altavoces del pasillo, pero los filtros del sistema evitaban el acople—. Está claro que ha sucedido algo. Hay varios heridos. Si son capaces de andar por su cuenta —dijo, tratando de simplificar el vocabulario; el inglés no era más que la segunda lengua para casi todos los trabajadores— y si los que están con ustedes pueden andar, o si al menos se les puede dejar sin atención, vengan por favor al vestíbulo. Alguien podría haberse caído en un lugar oculto, y tenemos que averiguar si falta alguien. —Le devolvió el micrófono al hombre—. ¿Puede repetirlo en alemán y francés?

Jawohl —respondió éste, traduciendo ya en su cabeza. Comenzó a hablar al micrófono. Lloyd se alejó de los controles de la megafonía e invitó a aquellos capaces de moverse a que fueran al vestíbulo, que estaba decorado con una gran placa de bronce rescatada de uno de los edificios más antiguos, demolido para hacer sitio al centro de control del LHC. La placa explicaba las siglas originales del CERN: Conseil Européenne pour la Recherche Nucléaire. En aquel día las siglas no decían nada, pero las raíces históricas estaban allí honradas.

Casi todos los rostros del vestíbulo eran blancos, con algunas excepciones (Lloyd se detuvo un instante para referirse mentalmente a ellos como melanoamericanos, el término preferido en aquella época por los negros en los Estados Unidos). Aunque Peter Carter era de Stanford, casi todos los demás negros procedían directamente de África. También había varios asiáticos, incluyendo, por supuesto, a Michiko, que había acudido al vestíbulo como respuesta a su mensaje. Se acercó a ella y le dio un abrazo. Gracias a Dios, al menos ella estaba bien.

—¿Algún herido grave? —preguntó.

—Algunas contusiones y otra nariz con hemorragia —dijo Michiko—, pero nada importante. ¿Y tú?

Lloyd buscó a la mujer que se había golpeado la cabeza. Aún no había aparecido.

—Una posible conmoción, un brazo roto y una quemadura fea —hizo una pausa—. Deberíamos llamar algunas ambulancias para llevar a los heridos al hospital.

—Yo me encargo —dijo Michiko, desapareciendo en un despacho.

El grupo aumentaba por momentos, y ya llegaba a los doscientos.

—¡Presten atención! —gritó Lloyd—. ¡Por favor! ¡Votre attention, s’il vous plaît! —esperó a que todas las miradas se fijaran en él—. ¡Miren a su alrededor para ver si ven a sus compañeros de trabajo, despacho o laboratorio! Si creen que falta alguien, háganmelo saber. Y si alguno de los presentes necesita atención médica inmediata, díganmelo también. Hemos pedido algunas ambulancias.

Mientras decía esto, Michiko regresó. Su aspecto era aún más pálido de lo habitual, y habló con voz trémula.

—No habrá ambulancias —dijo—. Por lo menos, en un tiempo. La operadora de emergencias me ha dicho que están encerradas en Ginebra. Al parecer, todos los conductores en las carreteras perdieron el conocimiento; ni siquiera pueden comenzar a valorar el número de muertos.

Traducción: Carlos Lacasa Martín
© 2001, La Factoría de Ideas

En busca de la partícula de Dios

El colombiano John Idárraga participa en el más ambicioso y costoso experimento en el que se ha embarcado la humanidad: asomarse al origen del universo en búsqueda de una partícula que explicaría por qué la materia tiene masa.

Escrito por John Idárraga y publicado originalmente en El Espectador.
Reproducido en H2blOg con autorización del autor.

 

Marzo 2008. Después de ocho horas de vuelo desde Montreal, aterrizo una vez más en la bella y francófona Ginebra. La ciudad apenas despierta. Paso la aduana entredormido y el oficial de inmigración nota mi nacionalidad en el pasaporte. Colombiano. Advierto que se apresta a hacer preguntas, así que me adelanto y muestro mis credenciales del CERN (European Organization for Nuclear Research). La entrevista termina al instante. El oficial sonríe: “!Bon séjour monsieur, allez ! (Buena estadía caballero, siga)”.

El CERN es considerado el laboratorio más grande del planeta. La meca de la ciencia para muchos. Cientos de desarrollos revolucionarios en ciencia han salido y seguirán saliendo de este lugar. El www (world wide web) se inventó aquí. El CERN está ubicado a 15 minutos en taxi desde el aeropuerto, a las afueras de Ginebra, justo en la frontera con Francia. Prefiero tomar el tren y luego un bus. Tardo una hora más en llegar, pero ahorro unos francos y de paso le doy un vistazo a la encantadora Ginebra.

Fundado en 1954, el CERN es una pequeña ciudadela, mitad en territorio suizo, mitad en territorio francés. Hay restaurantes, hotel, bomberos, clínica, tiendas, oficina de correos y bancos. Centenas de expertos de todo el mundo caminan presurosos de un lado para otro hablando en más de 50 lenguas. ¡Ah y por cierto, aquí también cobra vida el experimento científico de mayor envergadura jamás construido por la raza humana!

Debajo de mis pies, en una caverna a 100 metros de profundidad, lejos de las perturbaciones de la superficie, descansa el Large Hadron Collider, en español, Gran Colisionador de Hadrones. Tomó 25 años y más de 6 mil millones de dólares concebir, diseñar y construir esta colosal máquina, que se compone de un anillo superconductor dentro de un túnel que tiene un perímetro de 27 kilómetros. El tamaño del túnel es tal que un pequeño automóvil podría circular por él. Más de 30 países han aportado fondos y vinculado a sus mejores científicos para un propósito trascendental: ir en busca de lo que algunos han denominado “la partícula de Dios”, pero que nosotros, a decir verdad, seguimos prefiriendo llamar “el bosón de Higgs”.

Tomo un desayuno en el restaurante número uno. Busco ansioso un café. El estrés de las últimas semanas y los cambios de horarios trastocaron mi metabolismo. Alguien se acerca: “Hi John, what’s up ?!”. Se trata de Kyle Cranmer, profesor de la Universidad de New York, y uno de los cerebros detrás de este experimento. Para muchos de ellos, “ver” la partícula de Dios es la misión de sus vidas. Durante unos meses atrás trabajé en el grupo de Cranmer que está encargado de desarrollar parte del software que debe ‘fotografiar’ el bosón de Higgs. Esta búsqueda se puede comparar, en grandes rasgos, con tratar de encontrar la luz de una vela, puesta en la superficie del Sol (suponiendo que no se derrite), observando con un telescopio desde la tierra. Este hombre va a ser protagonista de los descubrimientos más importantes en física en los próximos años. Esa es mi predicción.

Enciendo el computador y comienzo a chequear la lista de citas. Primero: un grupo de franceses. Resulta irónico, pero la tarea de estos franceses es ir en contravía del resto de científicos. No buscan la partícula divina. Buscan respuestas en caso de que la partícula no exista. Trabajo con ellos. Desde el punto de vista del análisis y la complejidad técnica, buscar y no buscar la partícula resulta una tarea similar. Estamos en la frontera de la ciencia. Más allá de esto nadie sabe nada con certeza. Son las 10 a.m. Me dirijo al edificio 40 del CERN. ¡El edificio de ATLAS!

ATLAS es uno de los cuatro detectores construidos alrededor del Gran Colisionador. Estos detectores son los ‘balcones’ desde donde se observa lo que sucede adentro del acelerador de partículas. Los encargados de registrar la información que se produce allí.

Con sus 46 metros de largo, 25 de ancho y largo, el detector ATLAS es el detector de mayor volumen jamás construido. Pesa el equivalente a cien jets 747 (sin pasajeros), en un espacio en el que solamente cabría uno solo. Los datos que arroja el detector por año equivalen a 3.200 terabytes, algo así como 7 kilómetros de CDROM empilados uno encima de otro. 2.100 científicos de 37 países, 167 universidades y laboratorios, diseñaron, construyeron y calibraron el detector. No está completo aún, pero debe estar listo para el final de este verano. Mi tesis para obtener el grado de Ph.D. depende del buen comportamiento de este coloso metálico.

La construcción de estos detectores tuvo lugar en distintos rincones del planeta. Las partes llegaron transportadas cuidadosamente en barcos o aviones. Luego se bajaron por un túnel vertical hasta la caverna. Cuando hablo con gente de la región les pregunto qué piensan de este inacabable desfile de personas de todas las razas y de máquinas que parecen fragmentos de platillos extraterrestres frente a las puertas de sus casas. La mayoría está bastante enterada del asunto. Algunos manifiestan algo de miedo por lo que pueda ocurrir. Corren rumores tontos afirmando que aparecerán agujeros negros que se podrían tragar la tierra. Otros lo encuentran fascinante. Nadie es indiferente, es imposible: estamos a punto de cambiar nuestra visión del universo que nos rodea.

El otro día, una de tantas reuniones a las que debo asistir en el CERN, se interrumpió con la visita de Jorg Wenninger. Nada más y nada menos que el ‘timonel’ a cargo del Gran Colisionador. Fue una gran oportunidad para enterarme de algunas intimidades de lo que está pasando. “En el primer año del experimento, a partir de septiembre, no se podrá trabajar a la energía máxima posible. Sólo para finales del 2009 el colisionador debería estar dando su máxima potencia”, aclaró Jorge Wenninger.

El Colisionador es como una pista donde los científicos aceleran protones y otras partículas, utilizando energías altísimas. Tal es la energía, que un protón acelerado al máximo puede viajar al 99.9999991% de la velocidad de la luz. Billones de billones de partículas subatómicas recorren estos cilindros. Pero no se trata sólo de viajar. Lo más importante es colisionar. Un haz de protones gira en una dirección y un segundo haz en dirección contraria.

Colisionar partículas es como abrir una ventana hacia el pasado. Nos asomamos al origen del universo, una billonésima de segundo después de ocurrido el Big Bang. Allí, las cosas no eran como las conocemos hoy. En términos de temperatura, en el punto de colisión se tiene algo como 100.000 veces la temperatura del Sol. Estudiar ese universo naciente nos ofrece la oportunidad de vislumbrar los misterios de la materia y sus interacciones más fundamentales. Las fuerzas que hoy se escabullen de nuestra mirada se muestran claramente en ese instante extremo.

En septiembre comienza esta carrera de partículas choconas. Y para todos los que trabajamos en los detectores se inicia la temporada de caza. Todos detrás de la ‘partícula divina’. No es tan sencillo explicar qué es realmente la partícula divina. Tan enredado ha resultado el asunto que en 1993, el ministro inglés para la ciencia, William Waldegrave, retó a los físicos a describir en una sola cuartilla qué era el bosón. Creo que Tom Kibble y David Miller, del departamento de física del Imperial College de Londres hicieron bastante bien la tarea.

“Los físicos teóricos siempre buscan la unificación, Newton reconoció que la caída de una manzana, las mareas y las órbitas de los planetas eran aspectos de un mismo fenómeno, la gravedad. Maxwell unificó la electricidad, el magnetismo y la luz. Cada síntesis extendió nuestra comprensión. En 1960 los tiempos estaban maduros para un paso más” escribió Kibble.

En la comprobación de esto que llamamos Modelo Estándar (teoría con la que los físicos pretenden explicar desde un punto de vista fundamental todas las cosas en el universo) hay un eslabón perdido: el mecanismo para entender por qué la materia tiene masa. A Peter Higgs, un físico del Reino Unido, se le ocurrió una genial respuesta. Dicen que al regresar de una caminata por The Cairgorms, una cadena montañosa al este de Escocia, Higgs supuso que debía existir una partícula especial responsable de darle masa a todas las demás. Lo mejor será recurrir a la analogía que propuso David Miller para explicar esto.

“Imagine un coctel donde miembros de un partido político están distribuidos uniformemente en un salón. Todos hablan con sus vecinos. El ex primer ministro entra y cruza el salón. Los partidarios se sienten fuertemente atraídos hacia él y se aglutinan a su alrededor. En la medida que él se mueve atrae a gente a la que se acerca. Mientras que los que ha dejado atrás regresan a ocupar su espacio. Dado el nudo que se forma alrededor del ex ministro, él adquiere una masa más grande que la usual”. El bosón de Higgs sería como un rumor sobre la llegada del ministro que provocaría el mismo efecto. Sólo ahora nos aprestamos a comprobar algo que por cuatro décadas había sido imposible ver.

El pasado 5 de abril el CERN entero se estremeció con la visita de Peter Higgs, quien ya cumplió 78 años. Higgs bromeó diciendo que ya le había advertido a sus doctores que hicieran todo lo necesario para mantenerlo vivo hasta que se analice la información del acelerador. ¿Y qué ocurre si el Higgs no existe? Si el Higgs no existe, algo completamente nuevo aparecerá.

Ya va a ser mediodía y aún tengo por delante una reunión en el edificio 14, otra con un grupo de ingenieros británicos y una última con latinoamericanos, entre los que espero encontrar antiguos compañeros de la Universidad Nacional. Ese es el ritmo al que se vive aquí: todos con un portátil en mano, conectados a la red, intercambiando información con personas en Canadá, Japón, Estados Unidos o Praga. Se dice que aquí se trabaja 24 sobre 7 (24 horas, siete días a la semana). A veces me llegan correos de mis colegas a las tres de la mañana.

De vez en vez, cuando el trabajo me da una tregua, miro alrededor y me gusta imaginar que hace 4.500 años, en Egipto, alguien debió experimentar sensaciones similares participando en la construcción de las majestuosas pirámides.

John Idárraga nació en Bucaramanga, Colombia, en Agosto de 1978. Allá estudió su primaria y secundaria en el Colegio La Salle. Hizo el pregrado en Física de la Universidad Nacional de Colombia entre 1997 y 2002. Trabajó durante un año en el Centro Internacional de Física y en la Universidad Nacional. Luego comenzó una maestría en física en la Universidad Nacional, y un año después partió a Canadá, a la “Université de Montréal”, para terminar allá, en 2005, su maestría. Desde ese año es estudiante de doctorado (Ph.D.) en física de altas energías. Ha estado ya por 4 años involucrado con el experimento ATLAS (en el CERN) como parte de la colaboración canadiense. Planea finalizar su tesis de doctorado durante este año, probablemente en Diciembre.

El humano juega, el computador aprende

Ahora hay una forma de ayudar a los computadores a ser más inteligentes sin tener que saber programar sistemas expertos: jugando. Un equipo liderado por Luis von Ahn, profesor del Carnegie Mellon’s School of Computer Science, ha creado Gwap, un sitio web que ofrece cinco “juegos con un propósito”, o sea, juegos que entrenan a los computadores para resolver problemas, como la búsqueda de imágenes por internet.

Desde niños, nosotros los seres humanos (a medida que pasa el tiempo habrá que hacer más esta aclaración) hemos podido diferenciar a partir de una imagen, por ejemplo, un perro de un gato (y etiquetarlos, al menos diciendo “guau” cuando vemos un perro y “miau” cuando vemos un gato), pero esa tarea es difícil para los computadores. ¿Por qué no ayudarles? Por medio de Gwap.com puedes ayudar. Como ejemplo, digamos que estás trabajando con alguien en un proyecto estresante, alguna entrega urgente, y sus cabezas están a punto de explotar. Ambos están online. Necesitan descansar. Entran a Gwap.com y seleccionan el juego ESP. En el juego, ustedes dos ven la misma imagen y se les pide que la etiqueten. Cuando coinciden en una etiqueta, siguen con otra imagen y ganan puntos. Luego de un minuto de juego, ya han coincidido en seis o siete etiquetas. Ustedes se divierten. Piensan en otra cosa. Y ya con la mente despejada, se salen del juego y siguen trabajando. Mientras tanto, la gente de Gwap.com está grabando esas etiquetas y asociándolas a las imágenes, y ahora un motor de búsqueda va saber con más facilidad qué hay en esas imágenes.

Otro juego es Tag a Tune, que le permite a los humanos describir canciones a los computadores, y Squigl, que reta a los humanos a delinear el contorno de objetos en fotografías, todo con un propósito: enseñarle a los computadores a ser más inteligentes.

Y otro proyecto similar a Gwap es el Amazon Mechanical Turk, un API para programadores donde el computador le pide al ser humano que realice una tarea que para él es difícil, y de esta forma aprender.

Según Technovelgy, el primer relato de ciencia ficción en tratar este tema específico fue El Guante de Terciopelo de Harry Harrison.

(Fuente: Technovelgy y Gwap)

Philip K. Dick en “The Word This Week”

Jonathan Lethem, Minister Faust, Winona Ryder, Chris Miller, Mark Askwith, Michael Bishop, Richard Linklater y William Gibson hablan de Philip K. Dick -uno de los más importantes e influyentes escritores de ciencia ficción del siglo XX- como parte del programa The Word This Week, presentado los domingos en el canal Book Television.

(fuente: SF Signal)

¿Quiénes fuimos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes seremos?

Fragmentos de entrevistas realizadas esta semana:

En el Lincoln Book Festival, CNN le hizo una entrevista al escritor escocés Iain M. Banks, actualmente reconocido en el mundo de la ciencia ficción por su serie de novelas Culture (de la cual Matter es la más reciente), y me gustaron especialmente las siguientes respuestas:

***

Para la conferencia de ciencia ficción Eaton 2008 “Chronicling Mars”, que se realizará este fin de semana (y que mencionamos en una nota previa), PE.com entrevistó a conferencistas, organizadores, y escritores del evento. Elizabeth Hull, la esposa del escritor Frederik Pohl, editora y ex profesora de inglés, dijo que: “la ciencia ficción es una de las pocas formas de ficción que la gente lee sin que tengan que ponérsela de tarea, y una que probablemente seguirán leyendo luego de terminar su educación formal. En la mayoría de las instituciones educativas usualmente hay una –o si es de alta calidad, dos- facultades que enseñan ciencia ficción”

Por ejemplo, en la Universidad de Michigan, el profesor Eric Rabkin es reconocido por enseñar ciencia ficción, la cuál describe como una ficción que se preocupa por las consecuencias sociales de la ciencia y la tecnología. En la entrevista que le hizo PE.com, dijo: “La vasta mayoría de la ciencia ficción sirve como una especie de advertencia motivada por el sentido de que tenemos que jugar con esas cosas en nuestras mentes antes de que ocurran. La ciencia y la tecnología han estado avanzando cada vez más y más rápido, y eso la hace aún más importante.”

Lo mismo piensa Greg Bear, gran amigo del escritor Ray Bradbury (ambos serán conferencistas este fin de semana en Eaton 2008): “soy un radar para la estructura profunda de la ciencia y las estructuras profundas de la sociedad. Junten esas dos cosas y obtendrán una historia”. Bear, que ha estado en el Jet Propulsion Lab durante misiones espaciales, ha hablado a agentes del FBI sobre una nueva perspectiva de la evolución, y ha discutido su libro Quantico en el programa The Daily Show, dice que la razón por la que invitan a escritores de ciencia ficción a esos programas es porque son buenos para explicarle la ciencia al público. Dice que la mayoría de la literatura moderna no genera la sensación de expansión y maravilla que logra la ciencia ficción. “No hacen lo que hizo Arthur C. Clarke conmigo, que fue explotarme la cabeza”, dijo.

Kim Stanley Robinson, autor de la colección de cuentos The Martians y de una trilogía ambientada en Marte (Red Mars, Green Mars y Blue Mars) dijo que la ciencia ficción nos da la oportunidad de examinar lo que valoramos y lo que tememos. “Como he estado diciendo desde hace años, estamos viviendo en una novela de ciencia ficción que co-escribimos juntos. Ahora la ciencia ficción es el realismo más poderoso que tenemos”.

David Brin, ganador de los premios Hugo y Nebula, dijo cuáles eran para él las preguntas más interesantes de la ciencia ficción: ¿Quiénes fuimos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes seremos?

(Fuente: PE.com, CNN.com)

Primer embrión humano modificado genéticamente

Embión humano de cinco días, © Wellcome TrustOcurrió en Nueva York, Universidad de Cornell. Por primera vez en la historia modificaron genéticamente a un embrión humano. El embrión fue destruido cinco días después, pero nadie murió: el embrión ya estaba defectuoso, incapaz de desarrollarse como bebé. Lo que hicieron fue añadirle una proteína verde fluorescente -una marca- para hacerle seguimiento, y ésta fue aceptada exitosamente por las células del embrión.

Hasta ahora las terapias genéticas adicionan nuevos genes a células específicas, pero estos no se pasan a futuras generaciones. Y la reproducción asistida le permite a la gente elegir esperma y óvulos de alta calidad, o embriones sin enfermedades. Pero esta es la primera vez en la historia que un embrión humano es modificado con manos humanas.

La finalidad es estudiar cómo se desarrolla un embrión. Cómo se desarrollan enfermedades como el Parkinson, el Alzheimer, la fibrosis quística, el cáncer, etc. Y cómo corregirlas. Tal vez en un futuro cercano puedan nacer bebés sin enfermedades, y estas modificaciones sean heredables y permanentes. Razón por la cual La Cámara de los Comunes de Inglaterra está a punto de permitir esta y otras controversiales tecnologías reproductivas, como la creación de Quimeras — embriones híbridos entre humanos y animales.

Esto ha alertado a ciertos organismos de control (Center for Genetics and Society, Human Genetics Alert) que creen que pronto se podrán insertar genes particulares en embriones para producir bebés con rasgos deseados: altura, color de ojos, inteligencia, capacidades físicas, creando una sociedad desigual dividida entre los modificados y los no-modificados. Otros no creen lo mismo. Kathy Hudson, directora del Genetics and Public Policy Center en Washington, D.C., dijo que ella no está preocupada, porque la idea de modificar bebés exitosamente al insertar genes sigue siendo un desalentador reto tecnológico.

El Dr. Zev Rosenwaks, director del Centro para la Medicina Reproductiva e Infertilidad perteneciente al Centro Médico NewYork-Presbyterian/Weill Cornell, aclaró que ninguno de ellos está buscando hacer bebés diseñados; sólo quieren saber por qué los embriones anormales no se desarrollan.

Se me ocurren dos historias de ciencia ficción que han explorado, en este contexto, las consecuencias sociales de la ingeniería genética: Mendigos de España de Nancy Kress (donde se producen bebés diseñados que no necesitan dormir) y Quimeras de Kristine Kathryn Rusch (donde las Quimeras que inicialmente fueron usadas para estudiar enfermedades, son empleadas para tratamientos psiquiátricos).

(fuente: wired.com)
(Imagen: Embión humano de cinco días, © Wellcome Trust)

Nuevos metamateriales nos acercan a la invisibilidad

foto: stock.xchngYa lo habían hecho en dos dimensiones para luz visible y microondas y ahora un laboratorio de investigación en nanotecnología de California dice haberlo hecho en tres dimensiones: capas de invisibilidad, como las que mencionó el Dr.  Michio Kaku en una nota previa.  El equipo afirma haber creado el primer material 3D con la capacidad de refractar la luz en dirección opuesta a los materiales naturales. Este metamaterial, o material con propiedades electromagnéticas inusuales (en física elemental explican que los materiales naturales tienen un índice de refracción positivo, pero desde el 2000 se vienen fabricando metamateriales con índice de refracción negativo) permite esconder un objeto al dirigir luz a su alrededor.

NewScientist explica que ésto se logra con pequeñas estructuras periódicas que interactúan con los campos magnéticos y eléctricos que comprenden luz, y que estas estructuras necesitan ser más  pequeñas que las mismas ondas de luz, razón por la cual se  han limitado a luz con una larga longitud de onda, o microondas.

Pero algunos científicos, como Gunnar Dolling de la Universidad de Karlsruhe, Alemania, se mantienen escépticos. Sí, se pudo hacer en 2D, ¿pero en 3D? ¿Qué técnica están usando los de la Universidad de California?  Un prisma, responde Jason Valentine, del laboratorio de nano-ingeniería de dicha universidad. Un prisma hecho con 21 capas alternas de plata y flúor de magnesio, organizadas en una estructura de “red de pesca”, figura que construyó luego de medir que el prisma hacía viajar la luz en la dirección opuesta. Valentine afirma que el índice de refracción es negativo en una pequeña región del espectro cercano al infrarrojo. Pero el escéptico Dolling y su equipo alemán dicen haber demostrado el año pasado que para metamateriales similares a los de Valentine, ese método no reflejaba óptimamente las verdaderas propiedades del material, que tal vez ese método podría dirigir el rayo de luz por el camino equivocado, pero sin un índice de refracción negativo. Y la clave es el índice de refracción negativo.  Por esa razón Valentine prometió un paper futuro para explicar con detalle el funcionamiento de su nuevo prisma.

(Fuente: NewScientist)

Mirando hacia arriba con el World Wide Telescope

© H2blOg - mi screenshot de Marte con el WWTLa aplicación de escritorio World Wide Telescope de Microsoft ya está disponible para descargar. Aunque es similar Google Sky, la aplicación de Microsoft es más inmersiva y ofrece unos interesantes y entretenidos tours guiados, realizados por expertos y aficionados astrónomos -en especial me divertí con un tour narrado por un niño de seis años- haciendo énfasis en el aspecto educativo. En su sitio web lo promocionan así:

¿Quieres ver las mismas imágenes que los científicos de la NASA usan para sus investigaciones o realizar tus propias investigaciones a partir de esas imágenes? ¿O quieres ver la tierra desde la misma perspectiva de los astronautas cuando descienden en ella? ¿Qué tal un descanso de 5 minutos para ver el panorama de una ciudad diferente? Instala WWT y empieza tus exploraciones.

Microsoft dice que el WWT “une terabytes de imágenes de alta resolución de cuerpos celestes, y las muestra de forma que se realacionen con su posición real en el cielo”, y que la misión del WWT es:

-Aglomerar datos científicos de los principales telescopios, observatorios e instituciones y hacer estudios temporales y multi-espectrales disponibles por medio de un único portal cohesivo basado en internet.
-Despertar el interés por la ciencia en las generaciones más jóvenes usando la astronomía y las nuevas tecnologías por medio del observatorio virtual del WWT, el cual también provee una base maravillosa para enseñar astronomía, descubrimientos científicos y ciencias de la computación.

(Fuente: searchengineland.com y worldwidetelescope.org)

Mobiliario y arquitectura fractal

En DVICE me entero de Fractal 23, un proyecto del diseñador newyorkino Takeshi Miyakawa — cómoda en forma de cubo que usa al máximo su espacio disponible, incluso la parte superior (donde hay un par de huecos en los que se pueden meter cosas).

Fractal 23 - © Takeshi Miyakawa

 

 

 

 

 

 

 

 

Y hablando de fractales, ayer vi una interesante conferencia de Ron Eglash en TED 2007, un étnico-matemático que en su viaje a los pueblos de África se acercaba a las casas diciendo: “soy un matemático y me gustaría pararme en su techo”. La intención era explorar los intrigantes fractales de la arquitectura africana. Dicha conferencia puede verse (en inglés) aquí.

“Fahrenheit 451”: salva a tus libros favoritos de la hoguera en Second Life

Fahrenheit 451 - tomado del grupo de Facebook de Ray BradburyDesde principios de abril hasta finales de este mes ha habido mucho fuego en las bibliotecas públicas norteamericanas. El programa The Big Read programó una serie de actividades en torno a la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (quien ha estado muy activo dando charlas en bibliotecas y conferencias), con la pregunta: “si pudieras evitar que quemaran un libro… ¿cuál sería?”

El sistema de bibliotecas Monroe County ha organizado una de estas actividades en Second Life — este es el anuncio:

¡Experimenta una discusión del libro en el mundo virtual de Second Life! Usando tu computador e Internet, llega al anfiteatro Faiport Public Library, donde un miembro virtual del staff liderará una discusión sobre Fahrenheit 451, Ray Bradbury y la censura. La discusión empieza a las 8.00 PM, pero mejor llegar temprano para salvar tus libros favoritos de la hoguera antes de que sea demasiado tarde. Second Life es un mundo virtual al que te puedes inscribir gratis en www.secondlife.com. Configura tu avatar con tiempo para que puedas teletransportarte rápidamente al anfiteatro la noche de la discusión.

Y aquí hay un enlace directo (Surl) al sim de Second Life donde se realizará la actividad.

***

Por otro lado, me entero que Crónicas Marcianas de Ray Bradbury (junto a otras obras como La Guerra de los Mundos de H.G. Wells) será enviada a Marte en un DVD como parte del Phoenix Mars Lander, por si acaso unos exploradores extraterrestres se encuentran la sonda en el planeta rojo. Más información aquí.

Bluetooth apagado, Bluetooth encendido

Wi-fi — BluetoothEn la nota anterior mencionaba las amenazas de seguridad y privacidad de la tecnología Bluetooth. Y ahora leo en el Times Online que unos nuevos dispositivos wi-fi basados en Bluetooth pueden salvarte la vida.

Entre las tecnologías reportadas por La Oficina de Comunicaciones de Inglaterra se incluye una red de sensores wireless Bluetooth implantados dentro del cuerpo de la gente, que monitorean remotamente sus señales vitales y automáticamente alertan a los paramédicos en caso de un desmayo, colapso diabético o ataque al corazón. Lo cual suena muy bien, siempre y cuando la ambulancia se las arregle para llegar rápido al lugar donde está el paciente.

Hay otros usos para esta tecnología: drogas empacadas en botellas inteligentes que le recuerdan al paciente cuándo tiene que tomarse las pastillas prescritas, y que le envía alertas a los familiares en caso de no haberlo hecho.

O en la carretera: avances en la tecnología GPS y wireless evitarán accidentes automovilísticos – se están desarrollando sistemas inteligentes de transporte que (al estilo Spime, Everyware, Internet de las Cosas) permitirán que un auto sea conciente de otros autos y que envíe alertas cuando necesite frenar repentinamente, o si los dos autos ya están a punto de colisionar, hacerlo de manera automática… y en caso de que el choque inevitablemente ocurra, evitarán el problema de llamar al tránsito y al hospital: será inmediatamente reportado, y los paramédicos que llegarán al lugar del accidente podrán leer con pequeños computadores la historia clínica del paciente (algo parecido a lo que comenté en una nota anterior). Esto, sumado a la información en tiempo real sobre las congestiones de tráfico y cálculos automáticos de mejores rutas o medios de transporte para una ocasión específica, son ejemplos de las posibilidades creativas de las tecnologías que usan el radioespectro.

Ah, y en alimentación: conozco algunos alérgicos a las nueces y a los mariscos que darían lo que fuera por esto: empaques de comida en el supermercado con microchips RFID que contienen información de su contenido y alertan al consumidor, utilizando los datos disponibles en su historia clínica.

Y hay más aplicaciones en desarrollo, pero estas fueron las que reportó la Oficina de Comunicaciones de Inglaterra sobre las ventajas que ofrecerá el maldito implante.

Amenazas a la privacidad por Mr. Bluetooth

Imagen de StockYa son muchos los Arphid-paranóicos. Y tengo que admitir que al leer Spychips uno podría terminar seducido por sus advertencias y enloquecer y acabar destruyendo cuanto chip encuentre en el camino. Pero la verdad es que no hay que esperar esperar cinco, diez años para experimentar la sensación de vivir en un mundo con objetos y personas fácilmente localizables. ¿Tienes un teléfono celular cerca? Con un receptor apropiado y un PC, alguien podría estar rastreando todos tus movimientos. Me entero en NewScientist que Vassilis Kostakos de la University of Bath de Inglaterra puso cuatro receptores Bluetooth en el centro de la ciudad. En un período de cuatro meses, su equipo rastreó 10.000 teléfonos Bluetooth y pudo “capturar y analizar los encuentros de la gente” en bares, restaurantes y tiendas. Kostakos dice que ahora el Bluetooth es una amenaza mayor a la privacidad que el tan frecuentemente publicitado chip RFID, y que “si la gente está tan preocupada debería desactivar la función Bluetooth de sus celulares”.

Tal vez. Pero es una solución temporal. Quizá lo único que tengamos que hacer sea modificar nuestra concepción de privacidad, adaptarnos a la tecnología de este siglo y dejar de ser tan paranóicos.


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HERNÁN ORTIZ. Co-fundador de encuentro Fractal y Proyecto Líquido. Trabajo con historias. E-mail: hernan (arroba) proyectoliquido.net
Twitter: @hernanpl

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