J.G. Ballard: Autopsia del Nuevo Milenio

La gran atracción de este año en Kosmopolis, la Fiesta Internacional de Literatura celebrada en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, es el escritor inglés J.G. Ballard. No por su presencia en el evento (en un emotivo párrafo de su autobriografía publicada este año, Miracles of Life, el autor se despide del mundo revelando una enfermedad terminal que lo ata a su casa de Shepperton), sino por un monográfico del autor y por una muestra de su obra. El autor de novelas como Crash, El Imperio del Sol, Furia Feroz, y la recientemente publicada por Ediciones Minotauro, Bienvenidos a Metro-Centre, será homenajeado en la muestra Autopsia del Nuevo Milenio. Esta exposición, que empieza el 22 de Julio, será un recorrido a través del universo creativo de Ballard: su credo, los paisajes de sueño en sus obras, su teoría del espacio interior, el arte ballardiano (“ballardiano” es una palabra que existe en el diccionario de inglés Collins para referirse a las condiciones de modernidad distópica, paisajes desolados hechos por el hombre, y efectos psicológicos de los desarrollos sociales, ambientales o tecnológicos, descritas en las novelas y cuentos de J.G. Ballard), entre otros. Aquí se puede ver el PDF de la exposición.

Y en Octubre, Bajo el Signo de Ballard es una mesa redonda que contará con la presencia de Bruce Sterling (gran conocedor de la obra de Ballard), Tony Litt (que ha entrevistado a Ballard en persona) y V. Vale (fundador de RE/Search Publications, editorial que ha publicado cuatro libros sobre Ballard). Estos autores son una muestra de la calidad de los conferencistas de Kosmopolis, un evento que en ediciones anteriores contó con la participación de los escritores de ciencia ficción William Gibson, Pat Cadigan y Brian W. Aldiss.

Actualización: Un interesante reporte escrito por Rodrigo Fresán sobre el evento mencionado puede leerse aquí

Para quienes no conocen a J.G. Ballard traduzco a continuación su credo, publicado en 1984 en la revista francesa Science Fiction, en la británica Interzone y en RE/Search Publications. 

En lo que creo – J.G. Ballard
Creo en el poder de la imaginación para reconstruir el mundo, liberar la verdad que hay en nosotros, retrasar la noche, trascender la muerte, hechizar las autopistas, congraciarnos con los pájaros, conocer los secretos de los locos.
Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de los choques de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de una playa turística desierta, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.
Creo en las pistas de aterrizaje olvidadas de Wake Island, apuntando hacia los Pacíficos de nuestras imaginaciones.
Creo en la belleza misteriosa de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y el borde de su labio inferior; en la melancolía de los conscriptos argentinos heridos; en las sonrisas perturbadas de los empleados de las gasolineras; en mi sueño sobre Margaret Thatcher acariciada por ese joven soldado argentino en un motel olvidado, observados por un empleado tuberculoso de la gasolinera.
Creo en la belleza de todas las mujeres, en la traición de sus fantasías, tan cerca de mi corazón; en la unión de sus cuerpos desencantados con los rieles de cromo de las cajas del supermercado; en su cálida tolerancia a mis perversiones.
Creo en la muerte del mañana, en el agotamiento del tiempo, en nuestra búsqueda de un nuevo tiempo entre las sonrisas de las meseras de las autopistas y los ojos cansados de los controladores de tráfico aéreo de nuestros aeropuertos fuera de temporada.
Creo en los órganos genitales de grandes hombres y mujeres, en las posturas corporales de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y la Princesa Diana, en el suave olor que emana de sus labios cuando miran a las cámaras del mundo entero.
Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en la locura de las flores, en la enfermedad reservada para la raza humana por los astronautas del Apolo.
No creo en nada.
Creo en Max Ernst, Delvaux, Dalí, Tiziano, Goya, Leonardo, Vermeer, Chirico, Magritte, Redon, Durero, Tanguy, el Facteur Cheval, las torres Watts, Boecklin, Francis Bacon, y en todos los artistas invisibles de las instituciones psiquiátricas del planeta.
Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en lo absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en las intenciones asesinas de la lógica.
Creo en las adolescentes, en la corrupción de la postura de sus piernas, en la pureza de sus cuerpos desaliñados, en los rastros que dejan sus genitales en los baños de moteles descuidados.
Creo en el vuelo, en la belleza del ala, y en la belleza de todo lo que ha volado, en la piedra arrojada por un niño que lleva consigo la sabiduría de los estadistas y de las parteras.
Creo en la delicadeza del escalpelo, en la geometría ilimitada de la pantalla de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la locuacidad de los planetas, en la redundancia de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y el aburrimiento del átomo.
Creo en la luz que arrojan las cámaras en las vidrieras de las grandes tiendas, en la revelación mesiánica de las rejillas de los radiadores en los showrooms de automóviles, en la elegancia de las manchas de aceite sobre la cubierta de los motores de los 747 estacionados en las pistas de los aeropuertos.
Creo en la inexistencia del pasado, en la muerte del futuro, y en las infinitas posibilidades del presente.
Creo en el trastorno de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet, Celine, Swift, Defoe, Carroll, Coleridge, Kafka.
Creo en los diseñadores de las Pirámides, el Empire State, el bunker del Führer en Berlín, las pistas de Wake Island.
Creo en los olores corporales de la Princesa Diana.
Creo en los próximos cinco minutos.
Creo en la historia de mis pies.
Creo en las migrañas, el aburrimiento de las tardes, el miedo a los calendarios, la traición de los relojes.
Creo en la ansiedad, la psicosis y la desesperanza.
Creo en las perversiones, en la obsesión por los árboles, las princesas, los primeros ministros, las gasolineras abandonadas (más bellas que el Taj Mahal), las nubes y los pájaros.
Creo en la muerte de las emociones y el triunfo de la imaginación.
Creo en Tokio, Benidorm, La Grande Motte, Wake Island, Eniwetok, Dealey Plaza.
Creo en el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la fiebre y el agotamiento.
Creo en el dolor.
Creo en la desesperanza.
Creo en todos los niños.
Creo en mapas, diagramas, códigos, juegos de ajedrez, rompecabezas, horarios de vuelos, señalización de los aeropuertos.
Creo en todas las excusas.
Creo en todas las razones.
Creo en todas las alucinaciones.
Creo en toda la rabia.
Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones.
Creo en el misterio y la melancolía de una mano, en la bondad de los árboles, en la sabiduría de la luz.

[Fuentes: Portal-Cifi, Kosmopolis]

[Fotografía: David Levenson/Getty Images]


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HERNÁN ORTIZ. Co-fundador de encuentro Fractal y Proyecto Líquido. Trabajo con historias. E-mail: hernan (arroba) proyectoliquido.net
Twitter: @hernanpl

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