“La Esposa de Nieve” por Kij Johnson

En el pueblo de Fisher la nieve cae hasta enterrarlo todo. Después de algunas tormentas, los habitantes deben trepar por las vigas y pasar por los aleros hasta los techos de sus casas oscuras para ver de nuevo el sol. Cavan túneles entre las casas, pero es un trabajo duro, y a veces las tormentas de nieve los destruyen. En un pueblo de cien personas, en inviernos como este, tus vecinos pueden mantenerte cuerdo, o pueden volverte loco. El equilibrio es sutil.

Fisher vivía solo en una pequeña casa en las afueras, demasiado feo y demasiado torpe y con muy pocas probabilidades de tener una esposa. Caía la nieve; ya estaba tan alta como los muros de su casa, se amontonaba en el techo de paja. Él tomaba vino caliente junto al fuego.

Fisher no supo cómo llegó la esposa de nieve. Estaba solo, y luego no. Ella era pálida y vestía batas de seda blancas, una sobre otra para calentarse. Su pelo era tan negro como vigas tiznadas. Sus manos, cuando le daba el arroz, estaban frías. No hablaba mucho, y eso no molestaba a Fisher; él tenía pocas palabras y no las gastaba fácilmente. La vida de Fisher cambió de patrón: seguía simple pero más dulce.

No es difícil casarse en el pueblo – tres noches de vino compartido son suficientes. Pero para Fisher, que siempre había estado solo, parecía algo muy serio: lloró de felicidad cuando bebieron de la misma copa.

Él no pensaba en la naturaleza de su esposa. Ella era inteligente y amable, disfrutaba el sexo. Sus manos siempre estaban frías, pero eso no era extraño aquí en el pueblo donde la nieve se amontona en los techos de las casas.

Tres días después, disminuyó la tormenta, y llegó el primer vecino.

“Brrr,” dijo Carter, y dio un pisotón con sus botas de paja. El gato tricolor que seguía a Carter a todas partes empezó a buscar ratones congelados en las paredes.

“El techo de la bodega de Blacksmith se derrumbó – las únicas barras de hierro que tendrá hasta la primavera son las que había en la forja. Weaver tuvo el bebé antier – es una niña y ambas están bien. ¿Qué ha pasado aquí?”

Fisher le presentó su esposa a Carter. Ella sonrió y lo saludó con una inclinación y les ofreció vino, luego se retiró para coser su bata.

“Hmm,” dijo Carter. “¿Cuándo llegó?”

Fisher se sonrojó. “En medio de la tormenta.”

Carter miró a Fisher un rato, acariciando al gato tricolor cuando llegaba a sus manos. “Hmmm. Bueno, les deseo buena suerte,” dijo.

La noticia se difundió y llegaron otros a saludar a su pálida esposa. Las visitas eran frecuentes cuando los túneles eran seguros, pero a Fisher le encantaban los momentos en que se hacían peligrosos debido a las tormentas y él estaba solo con su esposa amable, inteligente.  Ella se veía más vieja y un poco cansada, pero eso no era extraño, los inviernos en el pueblo son difíciles.

La nieve cayó, y se desvaneció, y volvió a caer. El sol regresó y los días se hicieron más largos. La nieve se derritió en el techo de paja, que goteó hasta que Fisher subió a despejarlo. Cuando abrió la puerta principal y llevó a su esposa hacia el patio que se descongelaba, vio sus batas más gastadas bajo la luz del día, y un mechón plateado en su pelo. Fisher sintió que le dolía el corazón, le agarró las manos frías y las puso contra su cara. “Nunca te dejaré”, susurró. Ella no dijo nada.

Llegó la primavera: las flores se deslizaban por las grietas en la nieve, que se reducía formando islas. Ahora la esposa de Fisher podía hacer menos, porque se había enfermado. Los vecinos ayudaban cuando podían, llevando raíces de sus escasas provisiones.  Fisher y su esposa caminaban todos los días, ella apoyada en el brazo flexionado de Fisher. Él no hacía evidente el cuidado que ponía al elegir la ruta para que siempre caminaran por la nieve. Su pelo estaba tan blanco como las batas que vestía.

Ella murió.

Fisher se sentó en su pequeña casa. Era primavera y hacía calor, así que no había fuego. Carter entró, el gato tricolor junto a sus pies descalzos. “Lo siento,” dijo, y se sentó. “Pero ella no hubiera podido quedarse.”

“Sabías que era un demonio,” dijo Fisher, sin mirarlo.

“Todos sabíamos,” dijo Carter.

“¿Por qué no dijeron nada?”

“¿Para qué?” dijo Carter. “La felicidad es rara. No queríamos entrometernos.” El gato tricolor se acercó a Fisher y se frotó contra su mano.

“Era un demonio,” dijo Fisher de nuevo, y acarició las orejas del gato. “Pudo habernos destruido a todos. Es lo que hacen los demonios.”

“No,” dijo Carter, y se levantó. “Incluso un demonio se siente solo, y ella te amaba. La felicidad es rara,” dijo de nuevo, y se fue.

 

Traducción: Hernán Ortiz y Viviana Trujillo
Ilustración: Carlos Andrés Ortiz
“The Snow Wife” fue publicado originalmente en Tales for the Long Rains, 2001. Traducción publicada en 2009 en Generación de El Colombiano


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HERNÁN ORTIZ. Co-fundador de encuentro Fractal y Proyecto Líquido. Trabajo con historias. E-mail: hernan (arroba) proyectoliquido.net
Twitter: @hernanpl

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